viernes, 25 de enero de 2013

Ni Llorente, ni llorando

Cuando se fue  Jesús Garay al Barcelona, a cambio de una tribuna nueva en San Mamés, la otra tribuna tembló  temiendo una aluminosis defensiva. Cuando Iribar lo dejó, por salud y por edad, fue algo así como si el Athletic de repente cambiara de colores o le dieran la vuelta al arco de San Mamés. Cuando se fue Zubizarreta al Barcelona las dos porterías de La Catedral lagrimearon temiendo que la gripe acabase en neumonía (y en eso siguen todavía, vista la lista de cadáveres que se apilan tras su marcha). Cuando se fue Alexanco parecía que a la defensa rojiblanca le hubieran cortado una pierna y cuando hizo las maletas Julio Salinas, Lezama parecía un orfanato de delanteros de donde nunca saldría nadie con estudios futbolísticos. Cuando lo dejó Dani, se acabaron los guerrilleros; cuando Guerrero, los artesanos del fútbol; cuando Sarabia, moría el estilismo; cuando Goikoetxea, era la derrota en la guerra de las galaxias. Y un suma y sigue que anunciaba las más trepidantes tempestades que acababan muriendo mansamente como pequeñas olas en una playa gaditana.

La tormenta de Llorente ha sido liviana aunque ahora, como ocurre con las alertas meteorológicas, se haya revestido de un riesgo exagerado. Cada cual quería prevenir sus propios relámpagos: el futbolista jugueteando, como Júpiter, con los rayos, ahora van hacia el público, ahora hacia la prensa, ahora hacia el club, ahora hacia mi legítimo derecho a la libre elección; y el club devolviéndolos en sentido contrario sin darse cuenta ambos de que cada uno de esos rayos acababa estallando siempre en el mismo sitio: en San Mamés, en el equipo, en el pálpito de la afición, es decir en las tres virtudes teologales del club rojiblanco.

Dice Llorente que al fichar por la Juve ha cumplido un sueño. Una frase demasiado manida que ya usaban, recuerdo, aquellos oriundos que siempre habían soñado con jugar en Celta, el pueblecito donde nacieron sus abuelos. En el mundo profesional, el amor a los escudos es el mismo que el que un músico profesa a la música militar. Es, literalmente, increíble. Hay amores que duran y duran, como el de Gerrard, al anunciar que sigue en el Liverpool y negar que pudiera se traspasado al Chelsea, "por la confianza que el Liverpool siempre depositó en mí". Y hay amores que son de verano. Quizás solo el Liverpool puede ser el guardián de las esencias, a pesar del tráfico en el vestuario, en el banquillo y en la propiedad.

Llorente debía haberse ido en agosto, con el finiquito sentimental de los aficionados, por la gloria recibida, y el ecónomico en la tesorería, por el dinero invertido. Urrutia prefirió defender las esencias, la grandeza histórica y emotiva del club, y asomarse al precipicio de una temporada convulsa. Más vale un año de líos que una abdicación de las virtudes, pensó.  Bielsa, en cambio, lo tenía claro: "En agosto ya sabíamos lo que pasaba, nada cambia por conocer ahora el nombre del club de destino". Direcciones contrarias. Bielsa miraba a la plantilla y Urrutia, a la entidad. Entretanto, se han ido un buen puñado de euros, para que al final Llorente ni aporte goles al equipo, ni dinero al club. Solo conflictos inducidos por una situación mal planteada por el futbolista, mal gestionada por la entidad y mal resuelta, en definitiva.

No sé si Llorente será feliz en Turín. Sinceramente, lo dudo. Pero tiene todo el derecho del mundo a intentarlo, a saborear el placer del éxito o la hiel del fracaso. Cualquier cosa menos el efecto placebo de seguir en el Athletic. Nunca se le puede negar a un trabajador el derecho a cambiar de empresa, más aún cuando la empresa ejercita a menudo el derecho a cambiar de trabajador. Muchos de los que salieron del Athletic lo hicieron a su pesar, otros dieron palmas. A unos lo echó el club, a otros los cautivó el mercado. En eso el Athletic no es diferente a nadie. Llorente tampoco. Pero la vida existe sin Llorente, como existió sin Dani, sin Julio Salinas, sin Bala Roja (Gorostiza), sin Uriarte, sin Iribar, sin Carmelo y sin una larga lista de insustituibles que fueron sustituidos, con mayor o menor fortuna, por los que llegaron después. No siempre sale un Llorente de las praderas de Lezama, pero existe,  anda por ahí, revolviendo, inquietando, deseando que alguien le vea las orejas como aquellos personajes de "Amanece que no es poco" que surgían de la tierra. Y acabará saliendo. Lo único que no ha hecho el Athletic es llorar por ser lo que es. Llorente ya es historia, una pequeña, pero importante, parte de la historia del club. Un detalle. Un verso encadenado. No suelto.



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