martes, 22 de enero de 2013

Mi vida secreta en San Mamés (I): El Dunfermline, Harriot y Fidel Uriarte

Yo nací en San Mamés cuando tenía nueve años y medio. A diferencia de Gila, yo no nací solo, ni me chilló la portera por no avisar a nadie. A mi lado estaba mi padre, porque mi madre se había quedado en casa, y por aquella pradera verde transitaba el Athletic, de quien ya sabía antes de nacer, y unos tipos raros, altos, fuertes, rubios y morenos, sobre todo rubios y blanquitos de piel, que corrían como diablos. "Que se desmarcaban bien", oía decir a los que estaban a mi lado en la general numerada de San Mamés, que eran tres filas de asiento donde me colaban porque como acababa de nacer y solo tenía nueve años y medio cabía entre  un gordo simpático que fumaba puros y un hombre serio que de vez en cuando le decía no se qué al árbitro, que era un tipo que no jugaba con ninguno de los dos equipos. Oí decir a los amigos de mi padre que aquel equipo de fortachones era el Dunfermline y que eran escoceses. Como si me dijeran misa. Para mí eran ingleses, porque inglés era todo el extranjero en Bilbao, como el extranjero en San Sebastián era Francia.

Pasado el tiempo entendí que no es lo mismo ser inglés que escocés y recordé, con ayuda de internet y los periódicos, que aquel partido en el que yo nací en San Mamés lo ganó el Athletic 1-0 ,con un gol de Nando Yosu, que era un tipo flaquito y bajito de esos que el Athletic a veces sacaba para engañar al contrario, pero que en realidad era un diablo camuflado que te incendiaba el área a la mínima oportunidad. Yo sí me acordaba de que el Athletic había marcado un gol porque el señor gordo y amable de al lado levantó el puro en señal de triunfo (a sabiendas de que mover aquella carcasa era muy complicado en tan poco espacio) y porque el campo fue un trueno de los que reviven a un muerto.

Yo me había quedado con la copla de aquel portero del Dunfermline, al que mi memoria grabó como un tipo alto y con bigotito y que luego he comprobado que no tenía bigote. Al menos en internet no lo tiene. Quizás lo confundía con otro, porque tras haber nacido, y como sentía San Mamés como algo mío, asistía con una frecuencia a esa casa. Luego supe que se llamaba Harriot y jamás le dieron la medalla al mérito deportivo. Entonces no daban las alineaciones por los altavoces o yo no las escuchaba, y en vez de videomarcadores existía el marcador simultáneo "Dardo", que es el invento publicitario más maravilloso que he conocido: sustituir el nombre de los equipos por unos calcetines (Ferrys, por ejemplo), cuya clave se anunciaba en los periódicos como hoy se anuncia el canal de televisión que transmite el partido.

Partido Athletic-Dunfermline. Desempate
El escocés volaba como un acróbata y se sujetaba en el aire como un funambulista. Pero, entonces, el tipo gordo y amable me alertó sobre nuestro portero (es decir, el del equipo que jugaba donde yo nací con nueve años y medio) vestido todo de negro, largo y delgado, que se movía por el campo como por una pasarela y volaba por la portería como un colibrí enorme. Iribar,  dijo que se llamaba. Y yo me quedé tan ancho. Pasaron unos cuantos años hasta que supe quién era en realidad: el guardián del arca rojiblanca, el guardés del equipo que jugaba en mi casa. Dios, llegamos a llamarle. "El Chopo", le decían.

Pero el fútbol nace con impresiones, con sensaciones, nunca con reflexiones que llegan cuando ya el ojo del alma tiene más imágenes que Google. Y la primera que yo tuve, ya ves, fue la de aquel equipo extraño y aquel portero que a mí me parecía extraño. Y aquel trueno en San Mamés cuando Nando Yosu le hizo una cuchufleta a Harriot y el Athletic se llevó el partido, que luego lo perdió en la vuelta (1-0)y después lo volvió a ganar en San Mamés (2-1) en el desempate, con goles de Koldo Aguirre, otro estilista, y Uriarte, un chico de Sestao, insolente al que se le ponían los papos rojos y al que, después, el músico Carmelo Bernaola le atribuyó, con razón, el carácter de prototipo de futbolista del Athletic. A Uriarte, algún año después, le ví, desde la general numerada, entre el mismo gordo amable y el mismo tipo serio, marcar un gol de cabeza en plancha a ras de suelo. Se tiró como un stuka a cabecear un centro pasado y lo cazó con la cabeza cuando el balón ya rozaba la hierba. Milagro, pensé yo, porque además el balón salió despedido hacia arriba y entró casi por la escuadra. Más tarde supe que no era un milagro porque Uriarte era capaz de eso y de más, y para él los milagros formaban parte de la rutina: por ejemplo, encarar al portero y en vez de regatearle o chutar, amagarle y dar un taconazo atrás para que rematase el compañero que llegaba a su espalda, a la sazón Anton Arieta (Arieta I). San Mamés pasó del gruñido al éxtasis en unas décimas de segundo. Y Uriarte sonrió. Aquel día supe que para ser un gran futbolista había que ser futbolísticamente incorrecto. Y yo también sonreí. Nunca sería un gran futbolista a pesar de haber nacido en San Mamés cuando tenía nueve años y medio.


2 comentarios:

  1. Adoraba tus crónicas del athletic

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  2. Cómo echo de menos esta manera de escribir sobre el Athletic. No dejes el blog, Eduardo, che!

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