martes, 15 de enero de 2013

Armstrong o el engaño del sudor

Probablemente, no hay nada más altivo que un acusado ante el juez de primera instancia. Y en eso Lance Armstrong tampoco quiso ser un segundón. Todo un americano, un superviviente del cáncer, un caso de superación personal, un ejemplo (con lo que cunden los ejemplos en EE UU) de fuerza de voluntad llevado al extremo máximo del ciclismo no podía sucumbir a la presión "interesada" y vana de cualquier leguleyo o tribunal sin galones. Lance Armstrong era el rey del ciclismo, aparentemente el hombre sin límites, el americano imposible (no confundir con impasible, no es una errata), el ángel fieramente humano que se comportaba, en ocasiones, como el demonio fieramente inhumano.

Llevado al extremo de la santidad, Armstrong midió mál sus fuerzas y los tiempos. Midió bien el tiempo de la EPO, como tantos otros, cuando no era detectable y los controles permitían un 50% de hematocrito como barrera de lo imposible. Ahi se agarró cuando ganó su primer Tour y luego fue creciendo  en el control de probabilidades al amparo de su servicio médico con una gallardía rayana con el orgullo del superhéroe que se mueve con criptonita sin malvado a su alrededor que le aceche.


Lance Armstrong
 Crecieron las sospechas, pero el ciclismo es un mar de sospechas, a veces calmo, a veces pleno de oleaje. Y ahí el americano imposible se movía con la gracilidad de un pingüino bajo el agua. El Tour le había puesto la diana, la UCI estaba de vacaciones, pero la USADA tiene códigos de conducta que difieren del culto a la diplomacia de los organismos de raigambre europea. Armstrong, el percherón, el hombre sin muecas, el que golpeaba los pedales como quien empujna una estaca contra el suelo, el que batió a Indurain volcando las barras y estrellas sobre el sentimiento patrio, se llenó de éxito. Invencible, intocable, avisado  de sus riesgos, protegido, cambió el pudor del éxito por el hedor del poder. Y el ciclista diferente, entendido en EE UU casi como un veterano de Vietnam, de Irán o de Afganistán, decidió tirarse al cuello de los tramposos como un cruzado se lanzaba contra los moriscos. Armstrong clamó contra todos los acusados de dopaje, contra todos los culpables de dopaje. De pronto el ciclista que tenía muestras de sangre congeladas desde su primer Tour se convirtió en el cruzado mágico, en el insolente ganador que empuja al que hinca la rodilla para que  ruede por el suelo.

La insolencia fue su primer error. La egolatría, el segundo. En el ciclismo, más revuelto que las aguas que corrían bajo el puente al que cantaron Simon y Garfunkel, la discreción suele ser un buena consejera. Pero el americano imposible necesitaba soportar su fundación más allá del instinto de superación, queriendo convertirse en el Elliot Ness perseguía a los mafiosos Armstrong, el insolente, criticó, lapidó y amenazó a los dopados y a los habladores que ponìan en cuestión su rectitud deportiva mientras el oleaje le alcanzaba a la barbilla. No hacía pie, pero pataleaba  por instinto de supervivencia. Como los bebés. Como nadan los perros.

Su último error fue volver creyendo que su regreso aquilataría su imagen de superhombre, que Contador se rendiría como un pringao, que el ciclismo se pondría a sus pies, sin darse cuenta de que el ciclismo había cambiado, que sus estrategias ya no funcionaban, que la lucha antidopaje estaba en su punto álgido, que las componendas o el estravismo se iban corigiendo. Armstrong volvió con un yo tan grande que parecía un nosotros. Y se estampó contra la realidad. Perdió el apoyo de Nike a su Fundación, EE UU dudó, la Usada le puso el ojo encima, muy encima, porque Estados Unidos es capaz de mirar para otro lado en una invasión o una guerra pero no soporta la mentira, y el superhombre se vió convertido en uno mas. "Yo hacía lo que hacían los demás", dicen que le ha dicho a Ophra en la entrevista que se emite el jueves. Armstrong uno mas... El acusado, altivo ante el juez de primera instancia, agacha la cabeza embutido en su gabardina de pesiglás para confundirse con la masa. Se dopaba porque todos lo hacían, como el ladrón roba porque todos roban, porque el mentiroso miente porque todos mienten. Es el engaño del sudor medininal frente al espectáculo del sudor del músculo.

Ahora el dinero lavará la mentira. Los millones de dólares blanquerán los glóbulos rojos. Su nombre pasará a la historia universal de la infamia. Pero cuando pase por el Peyresourde, por el Tourmalet, por el Aspin, por Alpe D´Huez y grite su nombre no se lo devolverá el eco. Solo habrá silencio.

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