jueves, 24 de enero de 2013

MI vid secreta en San Mamés (III): Homenaje a los soldados desconocidos

Descubierto el mito, hay que descubrir la realidad. Vale, ya tienes tu ángel de la guarda (cómo han cambiado los tiermpos, para algunos es Mourinho), pero la infantería es al final la que toma las calles, la que te permite cantar con Pablo Milanés que pisarás "las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentado". Y nadie en Bilbao ha rendido el tributo merecedido a los soldados desconocidos  de esta guerra incruenta. Cuando mi padre se fue haciendo mayor se fue alejando del fútbol: nunca supe si fue por una cuestión económica o por aburrimiento. Preferí pensar que fue lo segundo, porque en casa no faltaba de comer ni en su empresa de trabajar. Yo creo que le entró la melancolía de cuando la afición del Deusto le llamaba Zarrita, en alusión a Zarra, porque tenía el mismo porte, el mismo remate y las mismas entradas. Pero la guerra le segó la carrera  y le dejó un  balazo en la  pierna, y el Indautxu, que era su destino primigenio, y la antesala de la noticia, es  decir el Athletic, se fundió como el cobre, a fuego lento, nunca mejor dicho.

Meltzer, con el Athletic
Otra experiencia, la de los secundarios. Como la de Pildorita, Elejalde, un tipo de la alta burguesía bilbaína, padre de un ex directivo del Athletic, fino como la seda, flaco para la época ,que, segun me dijo mi padre, le rompió la autoestima a Lezama, el gran portero, quizás el gran primer portero de España, grandullón y poderoso. Era un Deusto-Athletic, según me dijo mi progenitor. Debía ser  un amistoso, porque el Deusto no llegó tan arriba ni el Athletic tan abajo, cuando el árbitro pitó penalti y Pildorita, que así le llamaban, se acercó al balón  con la humildad del principiante y la soberbia del estudiante de la Universidad de Deusto. Lezama, tan grande, tan pulpo, tan poderoso, se acomodó en el centro de la portería y esperó el balonazo como yo lo esperaba en el patio del recreo cuando creía que se podía clonar a Iribar. Pildorita amagó el disparo y lo envió suavemente para una esquina  mientras Lezama, el gran Lezama, se sentía abochornado por la estulticia de su oponente. No salió en la tele, pero quizás fue la primera paradinha del fútbol vasco, no iré más lejos no vaya a ser que acabe como Thelma y Louise.

Yo no lo vi, porque no estaba ni en proyecto embrionario, ni siquiera de noviazgo previo, pero entendí el significado años después. ¿Se acuerdan del Dunfermline? Pues en el partido de vuelta (1-0) jugó de lateral derecho un tal Meltzer, desconocido, y que yo al verlo rubio (en la foto de la web del Athletic sale ahora moreno) pensé que era alemán, algo extraño en un país tan anglófilo como el nuestro. En realidad, Meltzer había nacido en Las Arenas  y jugó tres tremporadas, poco, en el Athletic antes de disfrutar del fútbol y de la meteorología en el Hércules, un destino muy habitual para los ex rojiblancos. Yo creo que Meltzer lo hizo bien aquel día, sobre todo porque el Athletic ganó, o sea que si la cagó no fue para tanto. Y resulta que además de Meltzer, yo vi debutar a Senarriaga en San Mamés, que era hermano de un amigo mío del barrio, él de Arabella, yo de Andra Mari, que no era muy bueno, pero entregado como una excavadora. Y tampoco lo hizo mal. Entonces, el público apoyaba a todo aquél que llevara el escudo del Athletic. Luego esto cambio, Y antes había visto a Betzuen, un tipo que tenía un pecho rompecamisas y cuyo autógrafo aún conservo. Lavín  era un fino estilista que bailaba sobre la cal de la línea de banda. Y ¡cómo no!,  Deusto, el eterno suplente de  Iribar,que llegó a ser internacional, creo que tras fichar por el Málaga.

Senarriaga
Meltzer fue mi ídolo, por fugaz, por necesario, porque fue el que se coló en la fiesta diciendo que era el amigo del que se coló en la fiesta. Yo ya había decidido que del Begoña, donde ya jugaba, no pasaba y que si quería seguir yendo a San Mamés me tenía que colar, porque mi padre ya no iba al campo y les había perdido la pista al señor gordo y amable y al tipo serio pero amable que me flanqueaban los extremos en la general numerada. Pero lo bueno de los campos con localidades de a pie es que una vez que burlas a los boinas rojas (que se dejaban burlar) siempre hay sitio para ti. De pie, cabíamos todos. Y de pie le vi yo a Senarriaga, a mi vecino, a un metro, partirse la nariz, su gran nariz, el día de su debut en San Mamés contra el Zaragoza (2-0, con  dos goles de Arieta II). Ya que mi padre no pudo jugar en el Athletic me sentí reconfortado porque  jugase un vecino y hermano de un amigo. Era la vida de los otros, que parecía la mía. Al menos yo la sentía como mía. No era cuestión de pasar a la historia, sino de vivir el presente.

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