sábado, 19 de enero de 2013

Anoeta: El vals del segundo

La primera vez que el argentino Marcos Mundstock, el locutor de Les Luthiers, redactor publicitario y músico, recitó la narración que precede a "El vals del segundo", fue un suceso que apareció en las páginas culturales de los periódicos y no en la de los atropellos clásicos o lo tirones de rigor. Mundstock, con su brillante calva, su porte diplomático y su voz propia de un doblador de Morgan Freeman, recitaba una perorata magnífica y larga, de varios minutos, sobre las bondades de la obra de su musa, Johan Sebastian Mastropiero. Tras su interminable e inteligente monólogo, Marcos Munstock daba a paso al "Vals del segundo", que duraba eso, un segundo. Dos acordes. "Se trata del levare languente, que establece un atmósfera de bacanal. Las cuerdas cantan, ebrias de gozo, mientras los oboes se superponen a las flautas", decía Mundstock antes de dar paso a la orquesta del Centro de Altos Estudios Musicales "Manuela". Pues eso es el Barça, y, a su manera, eso fue la Real, y en definitiva, eso fue el partido entre blanquiazules y psicodélicos. Y ganaron los colores básicos, haciendo honor a Les Luthiers y a Johan Sebastian Mastropiero, en el último segundo, en el último vals, cuando el oboe grave de Agirretxe se impuso a la flauta mágica de Messi.

Messi marca ante la Real Sociedad
El Barça suele ser, por costumbre, la traducción futbolística del vals del segundo. Y así empezó, con su perorata habitual, adueñándose del balón, poniendo su nombre en cada parcela del campo, obligando a la Real a correr para nada, tocando todos los instrumentos, como Les Luthiers, los clásicos y los que inventan Messi o Iniesta, con la Real actuando como rateros perseguidos por la policía, es decir huyendo, es decir buscando callejones, defendiendo con más de medio equipo y, sin embargo, dejando las avenidas para que circulasen a placer Messi, Pedro, Dani Alves. El Barça acostumbra a interpretar el vals del segundo de memoria, a pesar de la penumbra de Anoeta cuando se fundieron unos cuantos focos. Habla y habla y habla hasta que,de pronto, Messi suelta un verso que acaba en la red. Al primero que tuvo le faltó acentuación y se le fue fuera como si se le hubiera torcido un dedo antes de fulminar a Bravo. El segundo, lo enganchó con un cuchillo jamonero. Y hubo dos postes en la portería de Bravo. Y otro gol de Pedro, en una partitura habitual del Barça, con Diego Alves de asistente. Era eso, el vals del segundo, del momento de inspiración que ejerce de epílogo a la conferencia habitual del Barça.

Cualquiera, en ese caso, cuando la Real defiende con todos y ataca con nadie, cuando la defensa persigue sombras (nunca mejor dicho en la penumbra de Anoeta), cualquiera se hubiera conformado con una herida inciso-contusa en una zona no vital y que la ciclogénesis explosiva tuviera más que ver con la borrasca que con un tal Messi o un tal Pedro, que son como lobos en el bosque de Caperucita. Pero la Real fue otra cosa. El gol del Chory Castro (vaya apodo para los tiempos que corren en España) fue una transfusión de autoestima al borde del descanso, sobre todo porque el Barça había decidido echarse en el diván, abandonado por Xavi (impreciso), Busquets (desorientado) y Piqué (extraviado). No hay duda: a la Real le pone el Barça, le gusta su vals. Y todo lo que fue desconexión entre las líneas, abandono de Carlos Vela, su magnate, y generosidad defensiva, se devolvió en la segunda mitad en un ejercicio de autoestima que puso al Barça a picar piedra, que condenó a Messi al anonimato, que hundió a Xavi, que reclinó a Iniesta y que sumió a Busquets en la típca depresión del mediocampista.

La Real se comió al Barça. Y se relamió cuando Undiano expulsó a Piqué por doble amonestación con la mirada extraviada de los árbitros españoles. La primera tarjeta fue una exageración arbitral, la segunda fue justa. Conclusión: cadena perpetua. Y no estaba Gallardón para indultarle. Ahí la Real creció como un rascacielos imponente y el Barça fue un gigante en miniatura. Tan pequeño que hasta cultivó la mala suerte en el segundo gol cuando Mascherano desvió un disparo del Chory (¡Tío, cambiante el apodo, te lo suplico!) que confundió a Valdés.

Pedro en un disparo que se fue al poste
Y ya todo fue Real Sociedad. El Barça construía pequeños puzzles que siempre se caían al borde del área, mientras la Real excavaba y excavaba en la finca barcelonista, generalmente empezando por un lado y acabando por el otro, como mandan los cánones,  como hacen Les Luthiers, que nunca sabes por donde van a salir o por donde van a entrar. Y en pleno recital, llegó el gol de Agirretxe, en el último segundo, mediante un pase con la izquierda de Carlos Martínez y un suelazo oportuno para batir a Valdés. Y el Barça que vuelve a la tierra y la Real que navega por las nubes: el primer equipo que bate al imbatible. David que le atiza otra vez a Goliat, por autoestima, por fe, en el ojo, en la frente y en la mandibula. Tres veces. Tres segundos. Tres valses, alguno desafinado, pero tampoco Johan Sebastian Mastropiero era un prodigio.

No es fácil ganar al Barça. Ni cuando Messi comete una errata. Ni cuando da dos tiros en el poste. Mucho menos cuando se pone dos goles por delante. Ni, incluso, cuando se queda con diez. Ni cuando se hace un autogol. Nunca es fácil llevarle la contraria al dios de la tierra. Y la Real lo hizo en el día de San Sebastián. Fue el vals del último segundo. Todo un golpe de Estado en el cielo.


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