martes, 29 de enero de 2013

Mi vida secreta en San Mamés (VI): Rojo, rojiblancos y rojos

A veces, todo varía según  el lugar desde el que se mira. Ya sabía que lo campos eran rectangulares y que cada localidad solo alteraba la visión de una zona del campo pero el templo, en general, estaba dominado por un ángulo razonable. Pero estaba equivocado. Ninguna localidad es igual a otra, como ningún socio es igual a otro y como ningún aficionado ve el mismo partido que el aficionado de enfrente. Cuando te das cuenta de eso, y ya eres periodista, y ya hay televisión, y sigue la radio (mil veces asesinada como el teatro) y la prensa continúa en internet o en el papel, entiendes que tu misión de contar lo que ha pasado en ese rectángulo ha dado paso a algo más analítico que explicativo, que tu lector, oyente o espectador quiere discutir contigo sobre la realidad y no que le cuentes que Rojo ha marcado dos goles.

¿Rojo? ¿He dicho Rojo? Hagamos un inciso para ponernos en pie, porque nadie como él manejó la zurda cual si fuera una nerviosidad emparentada con el cerebro. Cuando le ví jugar y el fútbol ya me exigía más explicaciones, deducciones, soluciones y resoluciones qaue sensaciones, pensé que cada vez que se lesionase debía tratarle un neurólogo porque era uno de esos pocos futbolistas que tiene el pie izuqierdo pegado al cerebro. En el siglo XIX, los científicos consideraban que el hemisferio izquierdo del cerebro humano era predominante respecto al derecho. Luego se entendió que ambos eran hemisferios cruzados, pero el fútbol siguió pensando que los zurdos buenos eran mejores que los derechos buenos. A Txetxu Rojo debieron analizarlo, aunque a veces, ese cruce de hemisferios le produjera algunos cortocircuitos, como cuando se enteró en el descanso de un partido que el árbitro había expulsado al lateral izquierdo porque se lo dijo un  compañero (guardaré su secreto) que le pedía que bajase a defender.

Pero como todo varía según el lugar desde donde se mira, Rojo era adorado en la actual tribuna Este, (antigual general, incluida mi numerada) en la misma medida que era criticado en la Tribuna Principal, la de los de Neguri se llamaba en mi época, aunque luego yo he vivido en ella escondido y laborando en los palquitos de prensa. A ambas tribunas cautivaba por igual, pero la de los señoritos (que así se decía en mi eploca) no le perdonaba aquella gestualidad a veces insolente, cabreada en ocasiones, pero acababa entregada, un día y otro día y otro día, a su hemisferio izquierdo y le perdonaba el hemisferio derecho, según los científicos decimonónicos.

Si Iribar me demostró que yo jamás podría ser portero, Rojo me explicó, sin saberlo, que yo no podría ser extremo, ni interior de tronío, aunque en su caso me refugié  en la física para consolar mi desahucio: yo no era zurdo. Incluso llegué a pensar, en plena rabia, que si a él le ataban la pierna izquierda y a mí la derecha, yo sería infinitamente mejor que él. El tiempo demostró lo contrario. Txetxu Rojo llegó a mandar cientos de pases con la derecha, con menos dosis de veneno, pero venenosos en cualquier caso, porque la calidad no entiende de hemisferios ni de costados. Es un todo. Así que decidí que si tampoco podía ser un goleador como mi vecino Carlos Ruiz, y tampoco podía ser una víb ora venenosa, como mi también vecino Rojo (nació en el barrio de La Cruz, de Begoña) podía fardar no solo de club sino de un barrio tan extenso en hectáreas y tan poco poblado en habitantes que había dado dos futbolistas tan singulares a la entidad.

Rojo, al que apodaban polvorilla, unos dicen que por su carácter y otros que por el fusil de su pierna izquierda (él me jura que por lo segundo), superó la censura de laTribuna Principal y la del franquismo. Que nadie se ría: Fraga llegó a prohibir un concierto de un grupo de la época negra en Madrid porque se llamaban Los No, y ese día se celebraba el referendum de ratificación del franquismo que el enano ganó un 14 de diciembre de 1966 con el 95,06% de los votos, aunque a algunos les tentó la idea de ganar con un 114% de votos favorables. En aquel entorno, donde Los No, qu eeran un grupito light, no podían tocar por el nombre, apellidarse Rojo era en la España de Fraga una polvorilla nada mojada. Aún así, fue 18 veces internacional con España y jugó 541 partidos con el Athletic consiguiendo dos Copas (no le pongamos apellido).

Mis amigos y yo, que ya correteábamos por Mallona defendiendo la elástica (como se decìa entonces) del Begoña, allí al lado de la casa donde nació Rojo, y también su hermano José Ángel, nos volvíamos locos intentando imitar dos cosas: una, los centros enroscados de Txetxu Rojo, algo imposible y menos en un campo de arena, y otra, su corte de pelo, siempre igual, siempre en la justa medida, lo justo por encima de la oreja, lo justo por debajo del cuello de lacamisa. Tampoco lo conseguimos. Los barberos de la zona no eran tan artesanos. Al final, pasado el tiempo, en algo nos parecimos muchos a él: todos éramos rojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario