Una jugada del partido. |
La Real ni se había despertado, porque sus ingenieros estaban tomando café. Xa-bi Prie-to y Ru-bén Par-do estaban congelados, crionizados, condenando a Agirretxe a una guerrilla sin futuro, aunque el delantero tuvo la oportunidad en su frente cuando envió al larguero un segundo remate que anunciaba gol. Griezmann zascandileaba por todo el campo pero solía enredarse en la tela de araña del Depor que cuando se rompía encontraba el oficio de Marchena para encontrar una vía de servicio.
Pero el talento es incontrolable. Está ahí y renace cuando quiere. Ni siquiera reclama un trenzado en la jugada para asomarse a la ventana. Vela, Car-los Ve-la, convirtió el manual del fútbol en un acto solemne. Recogió de frente, recortó hacia su pierna izquierda, se acomodó y disparó contra el lateral de la red, pero por dentro. Se necesita, en esos casos, un portero de tres metros para evitar el gol. Y Aranzubia no mide tres metros, por más que estirase hasta la axila.
No era un partido estético, pero los goles, antes del descanso, eran un canto al hedonismo futbolístico y un buen presagio. El Depor, urgido por el farol rojo, no había venido a Anoeta a empatar, sino a escalar la primera de las montañas que le esperan. A ver la luz. Y en la segunda mitad convirtió el encuentro en un partido roto, de ida vuelta, de esos que apasionan a todo el mundo menos a los entrenadores, más tácticos que una comisión parlamentaria de investigación. En el Depor surgió la figura de Bru-no Ga-ma, eléctrico, rápido como una ardilla, y en la Real, la amenaza permanente de Griez-mann, del que nunca sabe el defensa lo que puede salir de sus botas.
Y todo fue entretenido hasta que el árbitro le sacó la segunda amarilla a Evaldo, una estúpidez jurídica como las que cometieron los jueces de línea en dos fueras de juego contra la Real que bien pudieran haber acabado en gol. Son humanos, se suele decir en estos casos. La inferioridad numérica mató el tráfico de ida y vuelta en la autopista verde de Anoeta y comenzó un monólogo realista con poca visión de futuro. A veces es más fácil defender con 10 que atacar con 11. Y la Real fue ese ejemplo. Le asustó Oliveira, fortachón pero cejijunto con el gol, y le asustó al Depor la última jugada del partido cuando a Die-go I-frán le faltaron tres milímetros para cabecear un centro desde la derecha a cuatro centímetros de la línea de gol.
Los partidos bisílabos suelen ser así: justos, recios, bravos, densos, parcos, tensos. A veces, cansos. A veces, bellos.
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