jueves, 31 de enero de 2013

Mi vida seceta en San Mamés (VIII): Cantares

Antonio Machado, el ilustre poeta, el más sencillo, el maestro, el que viniendo del patio sevillano fue capaz de enamorarse de los campos de Castilla, no era del Athleic pero podría haberlo sido si le hubieran destinado a Bilbao en vez de a Soria y haberse paseado por San Mamés un ratito, aunque  que ya es sabido que no era hombre de fútbol. Pero se habría dado cuenta de la pasión bilbaina por expresar cantando los sentimientos. A saber: la euforia era cosa de txikiteros que, amén de beber los caldos de La Alhóndiga (o quizás por eso), aclaraban la garganta con cuaquier habanera o bilbainada de pro para licuar el presunto zumo de la uva. El vasco en general, y el bilbaino en particular, siempre han pasado por ser uno tipos discretos, nada dados a los cantantes solistas, prefiriendo siempre hacer la segunda voz para que se note, pero lo justo.

Quizás lo de cantar en San Mamés sea un herencia soiciológica del mundo inglés. Es sabido que Bilbao ha sido inglés por naturaleza hasta que dejo de serlo. Y sabido es que en Inglaterra canta la afición del Liverpool como la del Watford, y los escoceses no callan en todo el partido. Nada hay más hemoso que ver a los ingleses cantar Good save the Queen y a los escoceses reponderles con un Good fuck the Queen. Y no pasa nada. En el fondo, los musicales los inventó el fútbol y qué quieren que les diga, salvo honrosas excepciones, me quedo con la música futbolística  antes que con esas edulcoradas canciones nacidas del vientre de Walt Disney.

Quizás todo venga de que yo nací a la música con los Rolling Stones y quizás lo mas alejado a Keith Richard sea un acordeonista en un himno, pero si la música nace de las tripas (las mismas con las que cantaba Amalia Rodrígues) entendí al segundo que aquel Alirón alirón, el Athletic campeón no lo hubiera  escrito nunca Antonio Machado, pero lo hubiera firmado Rubén Dario, que a fin de cuentas escribio que "la primavera ha venido / y nadie sabe como ha sido". Y decía un  amigo mio que si hubiera escrito "la primavera  ha llegado" hubiera cerrado la rima escribiendo, siguiendo la lógica , "y nadie sabe como ha sado".

Lo del Alirón era más lógico. Luego se ha discutido si nació de una cupletista, de un cabaret. Da igual. En cualquier caso en algún  lugar de buen vivir. No seré yo quien desentrañe la historia y revele la magia. Lo cierto es que la palabra es grandiosa. Lo facil es decir "Illa, Illa, Villa maravilla" o "Ano, ano, ano que viva Cristiano". Lo ingenioso es inventarse el Alirón para decir que el Athletic es campeón (entonces lo era, ahora también, pero no gana títulos). Mis honores a la cupletista, si fue ella, o al letrista desconocido, pero a mí aquel grito me llegó al alma. Y ahí sigue.

La cara B del disco rojiblanco fue el himno antiguo del Athletic al que le puso letra en 1950 Goyo Nadal y música Timo de Urrengoechea. Reconozco que tengo debilidad por las caras B de los discos. Debe ser un reflujo de la juventud, cuando se estilaban (creo que ahora vuelven) los singles en los que la cara A la elegiá la discográfica y la B el autor. "El Athletic como era vasco, todos le tenían asco, ahora que es campeón todos le piden  perdón". Pura revolución, puro punk en pleno franquismo, puro Bowie. Y se la sabía todo el mundo, un asunto nada menor porque no es lo mismo saberse la canción que escucharla. El himno del Liverpool, tan afamado, tan sacramentado, es una pura mierda si lo oyes en el radioCD del coche. Pero si lo escuchas en Anfield o en Dortmund, en la final del Alavés, se te caen las criadillas al suelo. Y tú sabes que es una  mierda, pero un orfeón de 30.000 personas son capaces de levantar incluso una canción de Julio Iglesias.

San Mamés ha sido (y recalco lo de que ha sido) un estadio cantarín, un karaoke sin letra, un concierto a capela. Hasta para cantarle a Iribar se le puso música a aquel verso con rima asonante que era lo de "Iribar, Iribar, Iribar es cojonudo/ como Iribar no hay ninguno". Y es que no es lo mismo gritar que cantar. Generalmente se grita para insultar y se canta para alabar. Y a Iribar se le cantó mucho y muy seguido porque el chico desafinaba menos que Keith Richard. Pero no fue el único. Incluso, el ingenio de San Mamés fue capaz de hacer una canción coral que incorporaba  a varios futbolistas. No se cuanado la oí por primera vez, pero igual me da. Decia:  "Arriba, arriba arriba, arriba Rojo ese balón, que Amorrortu lo prepara, chuta Lasa y mete gol". Luego, como las buenas canciones tuvo muchas versiones. La canción  tenía su miga, porque Lasa metió muy pocos goles, y derramó más sudor que detalles, pero se ve que algún día estuvo sobrado (yo no debía estar) y la gente le hizo una canción. Otra, la de las primeras Ligas, de aquellos tiempos del cuplé, cumplimentaba a toda la alineación e incluía al entrenador: "Aupa Txirri, aupa Blasco, Goros, Pichi, Careaga y Velasco, Unamuno, Batá y Felipé (así ,con acento ambos en la canción), Roberto, Muguerza y el míster inglés".


Antonio Mercero
Carmelo Bernaola
Con los nuevos tiempos el Athletic apostó por el aggionamento de su himno y le encargó la letra a mi buen amigo y excompañero Agustín Zubikarai y la música nada más y nada menos que a Carmelo Bernaola. A Carmelo le debo mucha sabiduría, si algo me quedó, desde aquel día que quedé con él en Madrid junto a Antonio Mercero, realista de pro, para hablar de un derby Athletic-Real. Si algo me ha dejado el periodismo como huella solemne fue aquella larga conversación  con  ambos en un restaurante indescriptible junto a un teatro cuyo nombre no recuerdo. Nunca aprendí tanto. Nunca fui futbolísticamente tan feliz. Y de paso me granjeé la amistad del gran Antonio Mercero con quien desde entonces seguí comiendo cada vez que caía por Madrid, que era a menudo, para comer carne (esa era la condición) y hablar de cine, de televisión, de fútbol, de música, de San Sebastián, de Bilbao. Es lo que tiene la buena gente,  que da a todos los palos.

Carmelo le puso música al actual himno del Athletic respetando el anterior y Mercero es capaz de adorar a la Real sin perderle el respeto al Athletic. Ahora se canta menos en San Mamés, como en las taberna, y algunos confunden el canto con el presunto ingenio de insultarle a un búlgaro llamándole español. Recuerdo que una vez me decía el gran pianista Joaquín Achúcarro, pianista de pro, amante el jazz y del tango, amén de su pasión por la música clásica, que no repudiaba el pop, pero lamentaba que "utilicen  tan pocos acordes cuando hay tantos". Como en los cantares.  Como en el fútbol, Joaquín.

PD: Marcelino Amenabar estrenó en 1923 su pasodoble al Athletic en Atxuri, donde nació un servidor, eso sí muchos años después. Sin  más.

miércoles, 30 de enero de 2013

Mi vida secreta en San Mamés (VII): Piru Gainza, ¿divino o adivino?

El único futbolista al que no he visto jugar y, sin embargo, tengo la sensación de saber perfectamente cómo jugaba, fue Agustín Piru Gainza. No le ví  a Zarra, pero me lo imaginé como un gastador, como un Juan Sin Miedo del área, como un 9 de aquellos que se raspaban la frente con las costuras del balón. Tampoco vi a Panizo, el estilista, el que la tocaba, la paraba y la movía, ni a Venancio, con aquel corpachón que ya en las fotos acojonaba al más valiente. A Piru sí le entreví. Todo sucedió pasado el tiempo, con el poso que deja el té turco, el de verdad, no el del Gran Bazar. Conocí a  Piru Gainza cuando ya era un consejero áulico del Athletic, es decir el tipo al que vas a hacerle la pregunta leninista por nantonomasia de ¿qué hacer? cuando ninguna de las respuestas anteriores te han llevado a ningún sitio.

Piru Gaínza era uno de esos personajes que debieron ser inmortales por el bien de todos, aunque tuvo el placer de morir tras su habitual partida de mus, su habitual cena ligera, y en la cama, como quien se cansa una noche de estar despierto. Piru se murió como vivió, con un toque de ironía y con la profundidad que la vida tiene cuando no le das demasiadas vueltas a la muerte.

Ya se sabe que fue apodado El Gamo de Dublin por Matías Prats, que a primera vista no tuvo claro lo de jugar en el Athletic porque prefería el sueldo fijo de la empresa en las que trabajaba a la evanescencia de los cantos de sirena  (¡ay, cómo hemos cambiado!), que era un zurdo nato, que tenía la cabellera a lo Humphrey Bogart ( a mí siempre se me pareció más a mi padre que Zarra, y a veces, viendo fotos los confundía), pero para mi fue un descubrimiento.

Aquel dia, un día, hace muchos días, me enseñó el catón filosófico del fùtbol. En aquellos días, los periodistas, pocos, que acudíamos a Lezama, teníamos vía libre por los pasillos  y esperábamos a los futbolistas a la puerta del vestuario. Así me enteré yo de las dudas de Zubizarreta para irse al Barcelona, de la renovación de Noriega por el Athletic o de la sanción disciplinaria a Miguel de Andrés, el griego, revestida de algo parecido a un tratamiento psicológico (¡manda cojones!). Pero mientras ellos salían con olor a gel de ducha, y algunos a linimento, tras el  el entrenamiento (entonces no se decía esa cursilería de entreno) tuve la oportunidad de compartir desde la cristalera del primer piso muchos entrenamientos al lado de Piru Gainza. No sé por qué me cogió cariño. Yo sí sé por qué se lo cogi a él.

Aquel día, un dia, hace muchos días, correteaban los muchachos por la pradera y Piru, acodado en la ventana a mi lado me preguntó:
 -¿Qué te parece el diez?".
-"¿Ayúcar?,  repregunte yo (luego entendí que ni la Stassi le hubiera confundido a Piru Gainza)
 -"¿Si, el rubito?".
- "¡Ah, vale! Yo le veo muy blandito".
- "Es cierto",  dijo él, "muy blando en la disputa".
 - "Además", dije yo, "flojísimo en el juego aéreo" (entonces tan valorado en el Athletic).
 - "Una mierda, de cabeza", dijo él.
-  "Yo no le veo", dije yo, "en tareas defensivas". Andaba ya sobrado por la aquiescencia del ídolo, sintiéndome el director deportivo,  que entonces era Iñaki Sáez, cuando el maestro, mirando hacia el otro lado de la ventana, respondió:
- "Tienes razón, es blandito, va muy mal de cabeza y no defiende una castaña. Pero ¿tiene una zurda que te cagas?".

Ese día comprendí que la habilidad es un  valor intangible. A Ayúcar lo devoró la ciclogénesis física, como a Aguiriano, otro futbolistaba que estaba ahì. Tenía Ayúcar una zurda portentosa que podía suplir el sacrificio con otros guerreros espartanos, pero los guerreros espartanos no podían sustituir su zurda portentosa.

Luego fui ratificando mi idea cuando, hablando y hablando,  viajando y viajando, Piru Gainza me ganó una y otra vez cuando apostábamos a ver si metía tres de cinco mandando con dos dedos una moneda de cien pesetas al vaso ancho del gin tonic en el Andikona desde el otro costado de la barra, junto a San Mamés. Cuando te proponía la apuesta nunca acertaba, pero cuando apostaba, las metía todas (solía fallar una  para no humillarte). Ahí me di cuenta de que ya le había visto como futbolista: protegiendo la pelota (Ayúcar), dándole la importancia justa (la partida de mus),  escondiéndole sus argumentos al contrario (si es malo, si no defiende, si no pelea...), pero escondiendo su velocidad para meter el balón en el vaso de la portería mientras tú seguías mirándo al barman. Me engañó mil veces y en cada engaño yo aprendía los errores del fútbol. En las cartas, en el avión de  cada viaje (cuando Iribar era entrenador), en lo malos y en los buenos momentos, yo fuí aprendiendo el fútbol.

- "¿Qué te parecen los ingleses, Eduardo?, allí en la cristelera de Lezama. De sopetón
- "Sinceramente, se les ha pasado el arroz, son muy antiguos". Egregio el perioodista que empezaba a ser.
- "Es verdad, no juegan una mierda", dijo él. "Todo arriba, arriba".
-  "Es que vacían los campos de fútbol", dije yo, otra vez crecido (aún no habían llegado Wenger ni Cantona a las islas).
- "Ya" dijo él. "Son una mierda, pero, ¡hostias! hay que ver qué difícil es ganarles".

Punto final.

martes, 29 de enero de 2013

Mi vida secreta en San Mamés (VI): Rojo, rojiblancos y rojos

A veces, todo varía según  el lugar desde el que se mira. Ya sabía que lo campos eran rectangulares y que cada localidad solo alteraba la visión de una zona del campo pero el templo, en general, estaba dominado por un ángulo razonable. Pero estaba equivocado. Ninguna localidad es igual a otra, como ningún socio es igual a otro y como ningún aficionado ve el mismo partido que el aficionado de enfrente. Cuando te das cuenta de eso, y ya eres periodista, y ya hay televisión, y sigue la radio (mil veces asesinada como el teatro) y la prensa continúa en internet o en el papel, entiendes que tu misión de contar lo que ha pasado en ese rectángulo ha dado paso a algo más analítico que explicativo, que tu lector, oyente o espectador quiere discutir contigo sobre la realidad y no que le cuentes que Rojo ha marcado dos goles.

¿Rojo? ¿He dicho Rojo? Hagamos un inciso para ponernos en pie, porque nadie como él manejó la zurda cual si fuera una nerviosidad emparentada con el cerebro. Cuando le ví jugar y el fútbol ya me exigía más explicaciones, deducciones, soluciones y resoluciones qaue sensaciones, pensé que cada vez que se lesionase debía tratarle un neurólogo porque era uno de esos pocos futbolistas que tiene el pie izuqierdo pegado al cerebro. En el siglo XIX, los científicos consideraban que el hemisferio izquierdo del cerebro humano era predominante respecto al derecho. Luego se entendió que ambos eran hemisferios cruzados, pero el fútbol siguió pensando que los zurdos buenos eran mejores que los derechos buenos. A Txetxu Rojo debieron analizarlo, aunque a veces, ese cruce de hemisferios le produjera algunos cortocircuitos, como cuando se enteró en el descanso de un partido que el árbitro había expulsado al lateral izquierdo porque se lo dijo un  compañero (guardaré su secreto) que le pedía que bajase a defender.

Pero como todo varía según el lugar desde donde se mira, Rojo era adorado en la actual tribuna Este, (antigual general, incluida mi numerada) en la misma medida que era criticado en la Tribuna Principal, la de los de Neguri se llamaba en mi época, aunque luego yo he vivido en ella escondido y laborando en los palquitos de prensa. A ambas tribunas cautivaba por igual, pero la de los señoritos (que así se decía en mi eploca) no le perdonaba aquella gestualidad a veces insolente, cabreada en ocasiones, pero acababa entregada, un día y otro día y otro día, a su hemisferio izquierdo y le perdonaba el hemisferio derecho, según los científicos decimonónicos.

Si Iribar me demostró que yo jamás podría ser portero, Rojo me explicó, sin saberlo, que yo no podría ser extremo, ni interior de tronío, aunque en su caso me refugié  en la física para consolar mi desahucio: yo no era zurdo. Incluso llegué a pensar, en plena rabia, que si a él le ataban la pierna izquierda y a mí la derecha, yo sería infinitamente mejor que él. El tiempo demostró lo contrario. Txetxu Rojo llegó a mandar cientos de pases con la derecha, con menos dosis de veneno, pero venenosos en cualquier caso, porque la calidad no entiende de hemisferios ni de costados. Es un todo. Así que decidí que si tampoco podía ser un goleador como mi vecino Carlos Ruiz, y tampoco podía ser una víb ora venenosa, como mi también vecino Rojo (nació en el barrio de La Cruz, de Begoña) podía fardar no solo de club sino de un barrio tan extenso en hectáreas y tan poco poblado en habitantes que había dado dos futbolistas tan singulares a la entidad.

Rojo, al que apodaban polvorilla, unos dicen que por su carácter y otros que por el fusil de su pierna izquierda (él me jura que por lo segundo), superó la censura de laTribuna Principal y la del franquismo. Que nadie se ría: Fraga llegó a prohibir un concierto de un grupo de la época negra en Madrid porque se llamaban Los No, y ese día se celebraba el referendum de ratificación del franquismo que el enano ganó un 14 de diciembre de 1966 con el 95,06% de los votos, aunque a algunos les tentó la idea de ganar con un 114% de votos favorables. En aquel entorno, donde Los No, qu eeran un grupito light, no podían tocar por el nombre, apellidarse Rojo era en la España de Fraga una polvorilla nada mojada. Aún así, fue 18 veces internacional con España y jugó 541 partidos con el Athletic consiguiendo dos Copas (no le pongamos apellido).

Mis amigos y yo, que ya correteábamos por Mallona defendiendo la elástica (como se decìa entonces) del Begoña, allí al lado de la casa donde nació Rojo, y también su hermano José Ángel, nos volvíamos locos intentando imitar dos cosas: una, los centros enroscados de Txetxu Rojo, algo imposible y menos en un campo de arena, y otra, su corte de pelo, siempre igual, siempre en la justa medida, lo justo por encima de la oreja, lo justo por debajo del cuello de lacamisa. Tampoco lo conseguimos. Los barberos de la zona no eran tan artesanos. Al final, pasado el tiempo, en algo nos parecimos muchos a él: todos éramos rojos.

lunes, 28 de enero de 2013

Mi vida secreta en San Mamés (V): El amante francés

El 15 de marzo de 1987 hacia un buen sol en San Mamés, de esos que te permiten ver el partido en sol y sombra. La mayoría de los encuentros se jugaban entonces a horas normales y la televisión no competía con el público a ver quién robaba a quién el protagonismo de la jornada. El rival era el Real Madrid y el Athletic andaba intentando eludir los play offs del descenso. Es decir, dramatismo bajo el sol a hora taurina y con un toro encabezado por el macho Hugo Sánchez, y una cuadrilla del arte liderada por Juanito, con Leo Beenhakker en el banquillo. A las 17, 15h, quizás un poco antes, a mí se me partió el alma y a De Andrés la pierna. Fue una jugada más, una tijera más de El griego (así le llamaban sus compañeros por su perfil heleno) ante un contrario poco dado a la bronca subversiva como Gallego, al que por algo le apodaban El Soso, aunque era un magnífico futbolista. Pero El Soso cayó sobre la pierna de De Andrés y San Mamés se heló bajo el sol. El mejor líbero que ha tenido el Athletic, que nunca jugó de líbero, decía prácticamente adiós al fútbol, a pesar de sus intentos de recuperación. Jorge Valdano me decía una vez, ya pasado el tiempo, que De Andrés era uno de esos futbolistas que te amargaban no el partido sino la semana, porque sabías que con él delante tenías que superar el muro de Berlín y te pasabas siete días pensando en cómo evitar que aquella tijera histórica que hacía para rebañarte el balón se quedara sin filo.  Se quedó el 5 de marzo de 1987 y yo comprendí que ese mundo de magia, fantasía, poder y dinero que era el fútbol podía ser un mundo caprichoso, infortunado y miserable como para llevarse por delante a un futbolista tan honesto y tieso como el griego. Díscolo también, pero honesto siempre.

Miguel De Andrés
Para entonces, el fútbol había dado un vuelco en mi vida. San Mamés se había vuelto para mí en un lugar ocasional al que acudía de vez en cuando y seguía por la radio y la prensa y por la tele cuando llegó a los hogares, hasta que el trabajo me devolvió a la devoción (laboralmente se llamaba obligación) de seguir todos y cada uno de los partidos, ya fueran en San Mamés, en Langreo o en Magdeburgo. En el tránsito de la general numerada al palco de prensa, se quedaron muchas fotografías almacenadas en el álbum intangible de la memoria.  Por ejemplo, conocí que no hace falta meter goles para ser el rey del mambo. Eso le ocurrió a José Marí Amorrortu en los 32º de final de la Copa de la UEFA cuando el Athletic se llevó como un vendaval al Ujpest Dozsa. Un 5-1, firmado por tres goles de Dani y dos de Rojo, ¡casi nada!, pero que tuvo un protagonista singular: Amorrortu , que pasó a formar parte de la historia del Athletic y del equipo húngaro.

También supe que era verdad esa frase tan odiosa de que no hay enemigo pequeño, cuando el Castilla, en febrero de 1980, se llevó por delante al Athletic en la Copa. Un Castilla donde por cierto jugaba El Soso Gallego, ganando en San Mamés, y que alcanzó la final de Copa frente a sus padrecitos del Real Madrid. También la sorprendente meteorolgía de los estados anímicos que pasan del calentamiento atmosférico con la final ganada en el Manzanares al Castellón en el 75 al enfriamiento acatarrado de la perdida con el Betis en el mismo estadio. Me dijo un día Koldo Aguirre que antes de los penaltis le dijo a Rafa Iriondo, técnico del Betis, que ganaría él. No porque desconfiase de sus futbolistas "sino por la enorme suerte que tenía siempre Kakaelo (así le llamaban los compis)

Jean Tigana
Pero aquellos años intermitentes  dejaron sensaciones fuertes. Una, potente, poderosa, de las que te cambian los gustos, fue el partido Inglaterra-Francia, jugado en San Mamés en junio de 1982, en el Mundial del naranjito. Dicho estaba que Bilbao era una colonia inglesa, aunque mi generación hubiera crecido repartida entre el embrujo de Brasil y la sinfonía holandesa. Yo, que ya usaba pantalón vaquero y lucía barba, como el revolucionario Sócrates, era más europeo y siempre consideré a Cruyff como el mejor futbolista que había visto. Pero también me había rendido a la precisión soviética. Dassaev, Besonov, Kuznetsov, Aleinikov, Rats, Mihailitchenko, Belanov, Blokhin, Zavarov, sobre todo Zavarov, aquel pequeñajo rubio que tenía toda la historia del fútbol metida en la cabeza y la leía con los pies.

Pero en esto llegó Francia a San Mamés y perdió, pero fue sólo el principio de un  enamoramiento general de aquellos bleus que venían a ser el resumen de la magia brasileña, el ingenio holandés y la precisión soviética. Giresse, Tigana, Platini, Genghini, Rocheteau me convirteron en el amante francés. Ya no sólo me cautivaba la cultura francesa, y las mujeres francesas, tan sofisticadas incluso en la cocina. Ya había un iconco europeo ahí al lado que rompía la jerarquía futbolística. Le robaron el Mundial, pero amí me robaron en alma. Y todo enmpezó en San Mamés.

domingo, 27 de enero de 2013

¡Oh Herrera!

A ver si va a ser que Marcelo Bielsa esta temporada ha abierto el libro por detrás y ha decidido que en vez de exprimir al equipo al principio y que llegue muerto al final, prefiere que explote al final aunque arranque un tanto desorejado al principio. Puede ser una explicación, pero hay cientos, para explicar la performance del Athletic ante el Atlético, un rival de postín hasta que decidió ensuciar su inmaculado frac con un repertorio de codazos, empellones, pequeñas trifulcas, alguna que otra llave de yudo y demasiadas interrupciones. Al Cholo le debieron venir a la cabeza sus guerrillas en San Mamés y consideró que en la Catedral se gana con subterfugios más que con fútbol. Se equivocó, porque al Athetic le salió el ramalazo futbolístico y no cayó, más que en un momento, en la pelea suburbial que le proponía su oponente.  Lástima para el Atlético, que afeó su curriculum maravilloso en esta Liga, y lo agradeció el Athletic que pudo jugar frente a un equipo más desquiciado que firme en su fe.

Hay partidos que los deciden los grandes futbolistas y otros que los cambian los futbolistas anónimos, grises, los niños yunteros de un juego reservado para los inquilinos de sus olimpos particulares. El partido lo decidió para el Athletic Ander Herrera, el baby face rojiblanco, el chico que todo lo hace bien pero que tiene una relación muy subsidiaria con el gol. Él es la gestoría rojiblanca, el que gestiona el éxito de los demás. Disparó una vez a puerta, al comienzo, se le fue dos centimetros fuera el misil, y se fue al cuarto de la logística para, por ejemplo, ofrecer una asitencia fantástica a Susaeta en el segundo gol. Antes había marcado San José que estiró el cuello para cabecear como solo una jirafa es capaz de levantarlo del suelo hacia los brotes verdes de una rama.

Para el Atlético, lo decidió para mal el Cebolla Rodríguez que, harto de Ekiza, decidió sacarlo del campo con un plantillazo en el tobillo.Lo malo para él, es que también sacó del encuentro a su equipo que prefirió la justa al fútbol y los codos flotaron como chapotea en el agua un náufrago que no sabe nadar. Los futbolistas que juegan con los codos es que no saben jugar con los pies. Y ahí les pilló el Athletic a los colchoneros, que habían jugado bien la primera mitad, pero que defendieron fatal en la segunda. Hasta De Marcos, otro malencarado con el gol, que había tirado de la boca dos dulces en la primera y en la segunda mitad, encontró un pase magnífico de Aduriz y lo puso en el tejadillo de la red.

Herrera es imprescindible en el Athletic y Aduriz, impagable. Hasta Muniain parece haberse contagiado de la mejoría del enfermo y asoma los detalles que le definen en el marco de un estado físico más adecuado para el tramo final. En el Atlético, cuando se escondió Arda, el resto se fue al escondite. Solo la salida de Adrian le dio una pizca de pimienta. Pero el Cebolla ya había inundado el partido de lágrimas y ya se sabe que con los ojos llorosos se ve mal, borroso. Que Raúl García sacara el partido adelante era una quimera. Su mejor hombre era Courtois, que hasta contagió a Iraizoz para que tuviera una noche feliz. La diferencia entre ambos es que el belga lo hace a menudo y el navarro lo dosifica como si masticara una trufa italiana.

Será que el libro de Bielsa ha comenzado por el final, será que Herrera crece y crece, que el Cebolla se fue a la guerra con los pies de plomo, que Aduriz, harto de meter goles, ahora ha decidido prometérselos a sus compañeros. Y que quizás un mal comienzo sea el principio de un buen final. Y que el Atlético está en la tierra, bien anclado, pero en la tierra.

Mi vida secreta en San Mamés (IV): Linemayr, el placebo de la injusticia

Cuando se acabó el chollo, es decir cuando a mi padre se le acabó la paciencia o el dinero, algo que nunca pregunté, se acabó la general numerada (por cierto, nunca supe qué arte, ingenio o amistad usaba mi padre para colarme en San Mamés). La Catedral se antojó un centro prohibido, solo soliviantado cuando el boina roja miraba para otro lado o se compadecía de nosotros y nos decía "esperar a que empiece el partido y luego entráis", pero eso no pasaba a menudo porque como eran fijos discontinuos no siempre estaban los mismos y a veces había algunos que se comportaban como generales de brigada. Luego me dí cuenta de que les jodía que te colaras o dejarte pasar porque ellos no podían ver el partido salvo por alguna rendija y según en qué puerta les tocase. Alguna vez me colé con el carné del padre de un amigo. Pero como no era transferible, como ahora, te jugabas la vida futbolística en el preciso instante en el que el boina roja decidía extender el carnet (entonces era como un billetero y la foto iba por dentro) o seguía hablando con su colega sin atender a los pormenores. Ese segundo era como el que Uriarte u Ormaza (el fortachón bermeano) o Zubiaga (que le cascó tres de cinco al Madrid) tenían para decidir entre dar un pase o rematar. a gol Yo miraba a los ojos al boina roja como Liceranzu le miraba a los ojos a Mark Hughes. O me derribaba él o le regateba yo. Hubo de todo. Pero lo que observaba es que a medida que adandonabas la niñez y te superabas en la adolescencia, el regate era más difícil. A los boinas rojas no les importaba dejarse engañar por alguien que iba en pantalón corto, pero el pantalón vaquero les ponia en guardia. Cuestión de honor. Mi padre, que había dejado los toros, también cansado por el afeitado, se había volcado en el remo, en plena efervescencia de Kaiku, aunque no sé por qué yo le advertía una cierta delicadeza con Hondarribia (entonces Fuenterrabía).

Así que salvo las pequeñas escaramuzas entre los boinas rojas, la radio ocupó el trono de La Catedral. Aunque parezca mentira me pongo colorado cuando recuerdo que en pleno franquismo, los curas pintaban poco en un mundo en el que la radio era Dios. Si Antonio de Rojo decía que un disparo de Rojo había rozado el larguero al rojo vivo, pues había rozado el larguero al rojo vivo, aunque el balón hubiera pinchado una nube blanca. Si el ilustre José Mari Múgica escribia el martes (el lunes solo salía La Hoja del Lunes, mi cuna periodística) que Argoitia había jugado mal, pues había jugado mal y debería contradecirle la semana siguente cuando actuase en San Mamés. Creo que me hice periodista deportivo, tras pasar por distintos destinos, por tres razones: porque podía volver a San Mamés gratis, porque  podía ver al Athletic fuera, incluso en Escocia, quien sabe si otra vez contra el Dunfermline, y porque pensaba que lo que escribiera iría a misa porque no había televisión y los aficionados viajaban lo justo (finales y cosas por el estilo). El sueño duró poco, pero me exigió un ejercicio de responsabilidad que aprendí de aquellos maestros que me enseñaron que fútbol y literatura no era  un matrimonio condenado al divorcio.

Pero quedaban vestigios del comienzo. Para todo hay una primera vez. Para odiar a Ufarte, como el voluminoso señor que transitaba con dificultad por la general numerada amenazando mi lugar en el mundo futbolístico; para odiar a un árbitro, que con el tiempo fui viendo que están para eso, para ser odiados y ser como un cuñado en Nochevieja: un motivo de discordia. O para adorar a un ídolo, para festejar un titulo, para justificar un fracaso.

Y yo, que ya adoraba a mis ídolos, necesitaba mi diablo. Lo encontré un 18 de mayo de 1977, en San Mamés, donde no sé por qué estaba (si me colé, pagué o me dejaron entrar). Era la final de la UEFA ante el Juventus del canoso Bettega. El Athletic había perdido 1-0 en Turín y el canoso Bettega adelantó a los bianconeros al minto 7, pero Churruca empató cuatro minutos después. San Mamés era más catedral que nucna, un campo solemne, pero estruendoso. Carlos Ruiz, que también era casi vecino mío, de Begoña, hizo el segundo gol  con casi un cuarto de hora por delante. Y entonces llegó él. Se llamaba Erich y se apellidaba Linemayr. Era un árbitro austriaco, de esos que le gustan a a la UEFA por complacientes y diplomáticos y porque saben siempre quien debe ganar y perder. Y lo hacen por tu bien, por el bien del fútbol y de la competición. Carlos, el último pichichi rojiblanco se fue a por un balón dentro del área y fue derribado. Yo estaba a 70 metros pero lo ví como hubiera visto a Michelle Pfeiffer en una tormenta de arena. Penalti escandaloso. Hay veces que 70 metros en el fútbol son la cienmillonésima parte de un sentimiento. Fue penalti. Pero Linemayr era un árbitro UEFA, es decir de los que si no hay sangre, no hay penalti, salvo que sea sangre azul.

Ahí descubrí el odio que jamás practiqué después con ningún árbitro (García de Loza incluido) porque con el tiempo me di cuenta de que el odio en el fútbol es el placebo para la injusticia. La que había fuera del campo, aunque asomaba la cabeza la democracia.O esto en lo que se ha convertido ahora-

sábado, 26 de enero de 2013

Tipos de interés en Balaídos

En los sótanos de la Liga española habitan tipos de interés. A veces son ascensoristas, por su experiencia, y a veces subastas del tesoro a un interés relativamente bajo, pero de fiabilidad probada. Michael Krohn-Dehli parece cualquier cosas menos un futbolista danés al uso. No es alto (1,70m), medio rubio, con cara de cansado desde que accede al campo. Nada más lejos de Soren Lerby, Laudrup, Morten Olsen, Eljkaer Larssen, si acaso Simonsen, y nunca Povlsen o Rommedahl. Krohn-Dehli pretenece al nuevo modelo centroeuropoeo de los futbolistas daneses. Pequeño pero recio, grande en el esfuerzo, desatado en la actitud y criado en Holanda, aunque nunca le gustase a Ronald Koeman y fuera un trashumante por el país de los tulipanes en busca de un invernadero que nunca encontró. En el Brondby, curiosamente el club donde nació Michael Laudrup, un  icono danés del fútbol mundial, encontró otro Michael, Kronh-Dehli, la cuna apropiada para hacerse un hombre.

Ahora el Celta lo ha captado y es el centrocampista que parece que siempre está huyendo del frío, por lo que corre, y el tipo servicial, por lo que asiste a sus compañeros para hecerlos más grandes. Ayer invirtió los papeles con Iago Aspas y pasó de asistente a matador con un gol bien pensado por el danés, bien cocinado por el gallego y bien presentado en la red por el futbolista de Copenhague con un  toque que tuvo más éxito en el juego de cintura que en el empuje con el empeine. Cuando peor jugaba el Celta, cuando Oubiña estaba más desorientado, cuando Bermejo estaba más perdido, fuera de lugar, un danés bajito, con cara de cansado, le metió una transfusión a un equipo acostumbrado a su ventolera pulmonar pero desacostumbrado a que clavara las jeringas en la red.

En la Real, la hora, supuestamente, la dan Carlos Vela y Xabi Prieto. Los cuartos, son cosa de Griezmann (ayer suplente), que funciona a espasmos, los minutos corren por cuenta de Agirretxe (también suplente), y el segundo a segundo es un asunto que recae en el péndulo de futbolistas como Illarramendi, gris y necesario como el otoño, y Elustondo, un futbolista portentoso, al que las circunstancias le han obligado a jugar como  central, pero que como mediocampista se antoja el fiel de la balanza realista. Krohn-Dehli, el danés bajito, se alegró de verlo tan lejos. Y Elustondo, porque si algo no tiene límite es el alma (por desconocida), firmó un empate de cabeza entre Celta y Real Sociedad que no dejó a gusto a nadie: al Celta porque se vio ganador hasta que Augusto  (nada a gusto) se autoexpusló al poco de iniciarse la segunda mitad, y a la Real porque siendo mejor no supo ser mejor en el marcador. Sin un "nueve" (e Ifrán no lo es, por más que se empeñe Montanier), la Real se desangra y parece, a veces, un donante de sangre, de vida.

La Real es mejor equipo de lo que cree ser y el Celta dejó de creer que era un buen equipo cuando Iago Aspas se quedó en el vestuario lesionado y luego se vio con diez en el campo, a pesar de ir ganando. La inferioridad numérica plantea siempre un test de autoestima: si los superas, puedes ganar; si dimites, te conformas con empatar y opositas a perder. El Celta se quedó a mitad de camino y la Real también. Miedo a volar, miedo a caer. Krohn-Dehli seguía corriendo, con esa capacidad que tiene para ser un defensor y un llegador al mismo tiempo, como si el campo fuera la distancia que separa su casa de la panadería.

Debió ganar la Real si se hubiera puesto a ello, pero Montanier no es de los entrenadores que mezcla estilos. No concibe a los Rolling tocando Brown Sugar y luego Angie. Y cuando reaccionó, ya el Celta era una muralla china que sólo defendía el territorio. La clavó Elustondo porque le puede el alma de centrocampista llegador aunque juegue de central, ahora. El Celta se llevó un punto y la sensación de que tiene una perla en bruto de casi 30 años, danés, bajito y con cara de cansado, y la Real la sensación de que está para abodar los camarotes más nobles del trasatlántico de la Liga pero no se atreve a incomodar al acomodador. Y es que en los sótanos del fútbol habitan especies muy preciadas. Y muy divertidas.

viernes, 25 de enero de 2013

Ni Llorente, ni llorando

Cuando se fue  Jesús Garay al Barcelona, a cambio de una tribuna nueva en San Mamés, la otra tribuna tembló  temiendo una aluminosis defensiva. Cuando Iribar lo dejó, por salud y por edad, fue algo así como si el Athletic de repente cambiara de colores o le dieran la vuelta al arco de San Mamés. Cuando se fue Zubizarreta al Barcelona las dos porterías de La Catedral lagrimearon temiendo que la gripe acabase en neumonía (y en eso siguen todavía, vista la lista de cadáveres que se apilan tras su marcha). Cuando se fue Alexanco parecía que a la defensa rojiblanca le hubieran cortado una pierna y cuando hizo las maletas Julio Salinas, Lezama parecía un orfanato de delanteros de donde nunca saldría nadie con estudios futbolísticos. Cuando lo dejó Dani, se acabaron los guerrilleros; cuando Guerrero, los artesanos del fútbol; cuando Sarabia, moría el estilismo; cuando Goikoetxea, era la derrota en la guerra de las galaxias. Y un suma y sigue que anunciaba las más trepidantes tempestades que acababan muriendo mansamente como pequeñas olas en una playa gaditana.

La tormenta de Llorente ha sido liviana aunque ahora, como ocurre con las alertas meteorológicas, se haya revestido de un riesgo exagerado. Cada cual quería prevenir sus propios relámpagos: el futbolista jugueteando, como Júpiter, con los rayos, ahora van hacia el público, ahora hacia la prensa, ahora hacia el club, ahora hacia mi legítimo derecho a la libre elección; y el club devolviéndolos en sentido contrario sin darse cuenta ambos de que cada uno de esos rayos acababa estallando siempre en el mismo sitio: en San Mamés, en el equipo, en el pálpito de la afición, es decir en las tres virtudes teologales del club rojiblanco.

Dice Llorente que al fichar por la Juve ha cumplido un sueño. Una frase demasiado manida que ya usaban, recuerdo, aquellos oriundos que siempre habían soñado con jugar en Celta, el pueblecito donde nacieron sus abuelos. En el mundo profesional, el amor a los escudos es el mismo que el que un músico profesa a la música militar. Es, literalmente, increíble. Hay amores que duran y duran, como el de Gerrard, al anunciar que sigue en el Liverpool y negar que pudiera se traspasado al Chelsea, "por la confianza que el Liverpool siempre depositó en mí". Y hay amores que son de verano. Quizás solo el Liverpool puede ser el guardián de las esencias, a pesar del tráfico en el vestuario, en el banquillo y en la propiedad.

Llorente debía haberse ido en agosto, con el finiquito sentimental de los aficionados, por la gloria recibida, y el ecónomico en la tesorería, por el dinero invertido. Urrutia prefirió defender las esencias, la grandeza histórica y emotiva del club, y asomarse al precipicio de una temporada convulsa. Más vale un año de líos que una abdicación de las virtudes, pensó.  Bielsa, en cambio, lo tenía claro: "En agosto ya sabíamos lo que pasaba, nada cambia por conocer ahora el nombre del club de destino". Direcciones contrarias. Bielsa miraba a la plantilla y Urrutia, a la entidad. Entretanto, se han ido un buen puñado de euros, para que al final Llorente ni aporte goles al equipo, ni dinero al club. Solo conflictos inducidos por una situación mal planteada por el futbolista, mal gestionada por la entidad y mal resuelta, en definitiva.

No sé si Llorente será feliz en Turín. Sinceramente, lo dudo. Pero tiene todo el derecho del mundo a intentarlo, a saborear el placer del éxito o la hiel del fracaso. Cualquier cosa menos el efecto placebo de seguir en el Athletic. Nunca se le puede negar a un trabajador el derecho a cambiar de empresa, más aún cuando la empresa ejercita a menudo el derecho a cambiar de trabajador. Muchos de los que salieron del Athletic lo hicieron a su pesar, otros dieron palmas. A unos lo echó el club, a otros los cautivó el mercado. En eso el Athletic no es diferente a nadie. Llorente tampoco. Pero la vida existe sin Llorente, como existió sin Dani, sin Julio Salinas, sin Bala Roja (Gorostiza), sin Uriarte, sin Iribar, sin Carmelo y sin una larga lista de insustituibles que fueron sustituidos, con mayor o menor fortuna, por los que llegaron después. No siempre sale un Llorente de las praderas de Lezama, pero existe,  anda por ahí, revolviendo, inquietando, deseando que alguien le vea las orejas como aquellos personajes de "Amanece que no es poco" que surgían de la tierra. Y acabará saliendo. Lo único que no ha hecho el Athletic es llorar por ser lo que es. Llorente ya es historia, una pequeña, pero importante, parte de la historia del club. Un detalle. Un verso encadenado. No suelto.



jueves, 24 de enero de 2013

MI vid secreta en San Mamés (III): Homenaje a los soldados desconocidos

Descubierto el mito, hay que descubrir la realidad. Vale, ya tienes tu ángel de la guarda (cómo han cambiado los tiermpos, para algunos es Mourinho), pero la infantería es al final la que toma las calles, la que te permite cantar con Pablo Milanés que pisarás "las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentado". Y nadie en Bilbao ha rendido el tributo merecedido a los soldados desconocidos  de esta guerra incruenta. Cuando mi padre se fue haciendo mayor se fue alejando del fútbol: nunca supe si fue por una cuestión económica o por aburrimiento. Preferí pensar que fue lo segundo, porque en casa no faltaba de comer ni en su empresa de trabajar. Yo creo que le entró la melancolía de cuando la afición del Deusto le llamaba Zarrita, en alusión a Zarra, porque tenía el mismo porte, el mismo remate y las mismas entradas. Pero la guerra le segó la carrera  y le dejó un  balazo en la  pierna, y el Indautxu, que era su destino primigenio, y la antesala de la noticia, es  decir el Athletic, se fundió como el cobre, a fuego lento, nunca mejor dicho.

Meltzer, con el Athletic
Otra experiencia, la de los secundarios. Como la de Pildorita, Elejalde, un tipo de la alta burguesía bilbaína, padre de un ex directivo del Athletic, fino como la seda, flaco para la época ,que, segun me dijo mi padre, le rompió la autoestima a Lezama, el gran portero, quizás el gran primer portero de España, grandullón y poderoso. Era un Deusto-Athletic, según me dijo mi progenitor. Debía ser  un amistoso, porque el Deusto no llegó tan arriba ni el Athletic tan abajo, cuando el árbitro pitó penalti y Pildorita, que así le llamaban, se acercó al balón  con la humildad del principiante y la soberbia del estudiante de la Universidad de Deusto. Lezama, tan grande, tan pulpo, tan poderoso, se acomodó en el centro de la portería y esperó el balonazo como yo lo esperaba en el patio del recreo cuando creía que se podía clonar a Iribar. Pildorita amagó el disparo y lo envió suavemente para una esquina  mientras Lezama, el gran Lezama, se sentía abochornado por la estulticia de su oponente. No salió en la tele, pero quizás fue la primera paradinha del fútbol vasco, no iré más lejos no vaya a ser que acabe como Thelma y Louise.

Yo no lo vi, porque no estaba ni en proyecto embrionario, ni siquiera de noviazgo previo, pero entendí el significado años después. ¿Se acuerdan del Dunfermline? Pues en el partido de vuelta (1-0) jugó de lateral derecho un tal Meltzer, desconocido, y que yo al verlo rubio (en la foto de la web del Athletic sale ahora moreno) pensé que era alemán, algo extraño en un país tan anglófilo como el nuestro. En realidad, Meltzer había nacido en Las Arenas  y jugó tres tremporadas, poco, en el Athletic antes de disfrutar del fútbol y de la meteorología en el Hércules, un destino muy habitual para los ex rojiblancos. Yo creo que Meltzer lo hizo bien aquel día, sobre todo porque el Athletic ganó, o sea que si la cagó no fue para tanto. Y resulta que además de Meltzer, yo vi debutar a Senarriaga en San Mamés, que era hermano de un amigo mío del barrio, él de Arabella, yo de Andra Mari, que no era muy bueno, pero entregado como una excavadora. Y tampoco lo hizo mal. Entonces, el público apoyaba a todo aquél que llevara el escudo del Athletic. Luego esto cambio, Y antes había visto a Betzuen, un tipo que tenía un pecho rompecamisas y cuyo autógrafo aún conservo. Lavín  era un fino estilista que bailaba sobre la cal de la línea de banda. Y ¡cómo no!,  Deusto, el eterno suplente de  Iribar,que llegó a ser internacional, creo que tras fichar por el Málaga.

Senarriaga
Meltzer fue mi ídolo, por fugaz, por necesario, porque fue el que se coló en la fiesta diciendo que era el amigo del que se coló en la fiesta. Yo ya había decidido que del Begoña, donde ya jugaba, no pasaba y que si quería seguir yendo a San Mamés me tenía que colar, porque mi padre ya no iba al campo y les había perdido la pista al señor gordo y amable y al tipo serio pero amable que me flanqueaban los extremos en la general numerada. Pero lo bueno de los campos con localidades de a pie es que una vez que burlas a los boinas rojas (que se dejaban burlar) siempre hay sitio para ti. De pie, cabíamos todos. Y de pie le vi yo a Senarriaga, a mi vecino, a un metro, partirse la nariz, su gran nariz, el día de su debut en San Mamés contra el Zaragoza (2-0, con  dos goles de Arieta II). Ya que mi padre no pudo jugar en el Athletic me sentí reconfortado porque  jugase un vecino y hermano de un amigo. Era la vida de los otros, que parecía la mía. Al menos yo la sentía como mía. No era cuestión de pasar a la historia, sino de vivir el presente.

miércoles, 23 de enero de 2013

Mi vida secreta en San Mamés (II): El descubrimiento del mito

El primer temblor en San Mamés fue aquel día que un señor, también voluminoso, se acercaba al señor gordo y amable que protegía mi flanco izquierdo cuando me colaba en la general numerada de San Mamés. Se acercaba acechante pero lento, como años mas tarde se acercaba al área Maradona, entrado en carnes, con la camiseta del Sevilla. Eso que mi padre tenía una estrategia apalabrada con sus amigos de la tercera fila de la general numerada para cogerme por las axilas y colocarme entre el señor gordo y amable y el tipo serio, pero amable. Consistía en esperar a que aparecieran los balones  que salían de las escalinatas de la bocana por la que salía el Athletic, anunciando su presencia en el campo: entre los cuatro o cinco balones que rodaban mansamente por el cesped y la salida de los futbolistas transcurrían unos cuantos segundos (ya se ve que la pausa inquietante se inventó hace mucho tiempo) para que el respetable le perdiera el respeto a las formas y respondiera a los gritos de aliento de Rompecascos, aquel mitico personaje chirene de San Mamés que dicen que rompía botellas con la cabeza. Yo nunca lo ví, pero dicen que ocurrió. El tipo voluminoso se acercaba más, y más, mirando aquí y acullá, que decía mi maestro de escuela, perdido, pero yo temía que invadiera asiento y medio de su localidad, lo que suponía que mi media localidad podía saltar por los aires con la misma altura adonde solía mandar el balón Zorriqueta, futbolista impagable en el esfuerzo pero débil en la amabilidad con el juego. El señor, no sé como, se acomodó junto al señor gordo de mi flanco izquierdo, sacó un puro, lo encendió y cuando salió el Atletico de Madrid, por la bocana de Capuchinos (el Athletic salía por la de la de Misericordia), se levantó insolente, entregado, firme, sin frenos y gritó: "!Ufarte, hijo puta!".

Yo conocía a Ufarte de los cromos y nunca había sido el difícil, aunque luego me enteré, por razones que no vienen al caso, que los que ensobraban los cromos eran familias que se sacaban un dinerillo metiendo cromos en un sobre, y a más sobres más dinero (¿les suena?). Poco, pero más dinero. Y,además, se podía ver la televisión mientras ellos me jodían la vida con aquel futbolista del Pontevedra que se llamaba Neme y que por más sobres que comprases no aparecía jamás. Neme fue mi primer ídolo el día que, en el pórtico de la Iglesia de Begoña, rasgué el sobre y apareció el jodido pisando el balón en el campo de Pasarón con una mirada que yo entendí como si dijera: "¿Qué pasa chaval, creías que no existía? "¡Hijo puta!", dije yo, porque en el barrio esa expresión era tan habitual y tan rápida como el tiempo que tardaba una piedra en alcanzar a un gato.

Lo cierto es que esos momentos aprendí que el mito tiene muchas vueltas. Hay un mito malo, que para el señor voluminoso era Ufarte (cierto que era un poco tramposillo) y que nunca supe qué le había hecho, y para mí era Neme, que debía tener un alma tan libre que no cabía en un sobre de cromos. Pero la vida es amplia y me tenía reservado el descubrimiento del mito positivo. Sí, vale, salvado  Fidel Uriarte y el portero del Dunfermline, corría el riesgo de enquistarme en el lado oscuro del fútbol. El insulto siempre ha sido más liberador que la alabanza. Y llegó el día, el momento en el que alguien descubre que los galácticos existían antes de que supuestamente los inventaran Florentino Pérez y sus hermeneutas. San Mamés se rindió a José Angel Iribar, el Chopo (antes se escribía así, por necesidades del guión) el día de la final de 1966 que el Athletic perdió la final ante el Zaragoza de los cinco magníficos, pero Iribar impidió la borrachera de goles con una actuación memorable que evitó el escarnio de una borrachera de goles maños. El público inventó entonces lo de "Iribar, Iribar, Iribar es cojonudo, como Iribar no hay ninguno".


Yo lo descubrí después. De aquella final, a mis once años sin cumplir, solo me quedó el dolor, pero dicen que lo que duele es que va por buen camino (fatalismo gaditano de El Barrio). Cuando yo me entregué al mito fue en un  partido ante el Barcelona ,que no fue capaz de vencer al Athletic porque aquel tipo larguirucho y flaco, pero fuerte y ágil, se empeñó en atrapar, devolver, despejar, rechazar, palmear todos y cada uno de los tiros de Marcial Pina, un asturiano criado en el Elche, cultivado en el Espanyol y engrandecido en el Barcelona, antes de acabar sus días futbolísticos en el Atlético. Aquel día en San Mamés, aquel tipo con unas entradas tipo Bogart, pero rubiales, se desesperó, abominó el fútbol, él, que pasaba por ser el mejor rematador, el mejor disparador del momento, que podia haber sido un actor fetiche de Tarantino, tropezó con un señor que era como Dios, estaba en todas las partes. Cuando acabó el partido, Marcial le felicitó, le dio la mano como se reverencia a García Marquez despues de escribir "Cien años de soledad".

Entonces yo quise ser portero. Quise ser el maligno, el demonio que destruye los sueños de los delanteros, el que les roba la foto. El cielo del fútbol es el gol y el maligno es el portero. Y yo quería ser portero por Iribar y porque estudiaba en una escuela de curas, es decir en una escuela de goleadores. Iribar era el tipo perfecto. Se vestía de negro, en tiempos del Ku-kus-klan. Era alto, fuerte y ágil aunque pareciera débil. Yo había oído hablar de él cuando jugaba en el Basconia (entonces se escribía a así por necesidades del guión) y elminaron al Atlético en la Copa del enano.

Seguramente, el señor voluminoso siguió insultando a Ufarte, por algo que nunca sabré, pero yo me entregué a Iribar y no me defraudó. Años después cuando las feromonas rompieron el sobre de la pubertad me pasó lo mismo con Marlene Dietrich, la casquivana, la femme fatale, las mejores piernas de Hollywood. Hasta que llegaron los ojos de Michelle Pfeiffer y Marlene murió en mis recuerdos. ¿O no?

martes, 22 de enero de 2013

Mi vida secreta en San Mamés (I): El Dunfermline, Harriot y Fidel Uriarte

Yo nací en San Mamés cuando tenía nueve años y medio. A diferencia de Gila, yo no nací solo, ni me chilló la portera por no avisar a nadie. A mi lado estaba mi padre, porque mi madre se había quedado en casa, y por aquella pradera verde transitaba el Athletic, de quien ya sabía antes de nacer, y unos tipos raros, altos, fuertes, rubios y morenos, sobre todo rubios y blanquitos de piel, que corrían como diablos. "Que se desmarcaban bien", oía decir a los que estaban a mi lado en la general numerada de San Mamés, que eran tres filas de asiento donde me colaban porque como acababa de nacer y solo tenía nueve años y medio cabía entre  un gordo simpático que fumaba puros y un hombre serio que de vez en cuando le decía no se qué al árbitro, que era un tipo que no jugaba con ninguno de los dos equipos. Oí decir a los amigos de mi padre que aquel equipo de fortachones era el Dunfermline y que eran escoceses. Como si me dijeran misa. Para mí eran ingleses, porque inglés era todo el extranjero en Bilbao, como el extranjero en San Sebastián era Francia.

Pasado el tiempo entendí que no es lo mismo ser inglés que escocés y recordé, con ayuda de internet y los periódicos, que aquel partido en el que yo nací en San Mamés lo ganó el Athletic 1-0 ,con un gol de Nando Yosu, que era un tipo flaquito y bajito de esos que el Athletic a veces sacaba para engañar al contrario, pero que en realidad era un diablo camuflado que te incendiaba el área a la mínima oportunidad. Yo sí me acordaba de que el Athletic había marcado un gol porque el señor gordo y amable de al lado levantó el puro en señal de triunfo (a sabiendas de que mover aquella carcasa era muy complicado en tan poco espacio) y porque el campo fue un trueno de los que reviven a un muerto.

Yo me había quedado con la copla de aquel portero del Dunfermline, al que mi memoria grabó como un tipo alto y con bigotito y que luego he comprobado que no tenía bigote. Al menos en internet no lo tiene. Quizás lo confundía con otro, porque tras haber nacido, y como sentía San Mamés como algo mío, asistía con una frecuencia a esa casa. Luego supe que se llamaba Harriot y jamás le dieron la medalla al mérito deportivo. Entonces no daban las alineaciones por los altavoces o yo no las escuchaba, y en vez de videomarcadores existía el marcador simultáneo "Dardo", que es el invento publicitario más maravilloso que he conocido: sustituir el nombre de los equipos por unos calcetines (Ferrys, por ejemplo), cuya clave se anunciaba en los periódicos como hoy se anuncia el canal de televisión que transmite el partido.

Partido Athletic-Dunfermline. Desempate
El escocés volaba como un acróbata y se sujetaba en el aire como un funambulista. Pero, entonces, el tipo gordo y amable me alertó sobre nuestro portero (es decir, el del equipo que jugaba donde yo nací con nueve años y medio) vestido todo de negro, largo y delgado, que se movía por el campo como por una pasarela y volaba por la portería como un colibrí enorme. Iribar,  dijo que se llamaba. Y yo me quedé tan ancho. Pasaron unos cuantos años hasta que supe quién era en realidad: el guardián del arca rojiblanca, el guardés del equipo que jugaba en mi casa. Dios, llegamos a llamarle. "El Chopo", le decían.

Pero el fútbol nace con impresiones, con sensaciones, nunca con reflexiones que llegan cuando ya el ojo del alma tiene más imágenes que Google. Y la primera que yo tuve, ya ves, fue la de aquel equipo extraño y aquel portero que a mí me parecía extraño. Y aquel trueno en San Mamés cuando Nando Yosu le hizo una cuchufleta a Harriot y el Athletic se llevó el partido, que luego lo perdió en la vuelta (1-0)y después lo volvió a ganar en San Mamés (2-1) en el desempate, con goles de Koldo Aguirre, otro estilista, y Uriarte, un chico de Sestao, insolente al que se le ponían los papos rojos y al que, después, el músico Carmelo Bernaola le atribuyó, con razón, el carácter de prototipo de futbolista del Athletic. A Uriarte, algún año después, le ví, desde la general numerada, entre el mismo gordo amable y el mismo tipo serio, marcar un gol de cabeza en plancha a ras de suelo. Se tiró como un stuka a cabecear un centro pasado y lo cazó con la cabeza cuando el balón ya rozaba la hierba. Milagro, pensé yo, porque además el balón salió despedido hacia arriba y entró casi por la escuadra. Más tarde supe que no era un milagro porque Uriarte era capaz de eso y de más, y para él los milagros formaban parte de la rutina: por ejemplo, encarar al portero y en vez de regatearle o chutar, amagarle y dar un taconazo atrás para que rematase el compañero que llegaba a su espalda, a la sazón Anton Arieta (Arieta I). San Mamés pasó del gruñido al éxtasis en unas décimas de segundo. Y Uriarte sonrió. Aquel día supe que para ser un gran futbolista había que ser futbolísticamente incorrecto. Y yo también sonreí. Nunca sería un gran futbolista a pesar de haber nacido en San Mamés cuando tenía nueve años y medio.


lunes, 21 de enero de 2013

El misterio de Heliópolis

Hay misterios del fútbol que no se desentrañarán nunca. No se sabe por qué un equipo rinde armas u otro se levanta en armas, aunque esté tocado o malherido, en el breve espacio de un descanso en la batalla. Heliópolis -que así se llamó el campo del Betis, como Bilbao se llamó Flaviobriga en la época romana- vió dos partidos en uno, un juego democrático, como no se estila en el país, para que cada cual sacara rendimiento a sus votos. Lo sacó el Betis nada más que se abrió el colegio electoral, a los 52 segundos, porque el Athletic estaba viendo si habían colocado bien los carteles de las puertas, si la hierba estaba bien cuidada, y tal, y tal. E Iraizoz se encontró con un tipo que iba a votar y lo echó al suelo porque la mesa electoral de la defensa aún no se había sentado. Penalti y gol  del Betis, sin quererlo ni el uno ni el otro, porque aún ambos rivales no se habían conocido y por lo tanto no les había dado tiempo a discutir.

Debió pensar el Betis que era pan comio y el Athletic que mejor es perder pronto que tarde y que había mucho tienpo para votar y destrozar la encuestas a pie de urna, es decir, la pena máxima. Cuando el Athletic madruga, en esto de los goles, no suele amanecer más temprano sino que más parece una invitación a la tormenta. El Betis, al amparo del fútbol más tranquilo que espectacular, más efectivo que bello, de Beñat, y del sistema nervioso de Campbell (demasiado extremo para un lateral,que no lo es, como De Marcos), se fue acomodando en el campo, con tanto placer que le pilló la modorra. Si hubiera querido, el Betis güeno, que dicen lo clásicos, hubiera destrozado a un Athletic desgalichado, desencajado, deconstruido como una tortilla de Ferrán Adrià; un desplome, una entelequia. Pero no lo hizo. Seguramente, porque no pudo y porque el penalti le pareció como el descubrimiento de la rosa de Alejandría que buscaba Javier Ruybal, el mito de Andalucía. Y se puso a soñar con ella, cansado y complaciente.

No hay nada peor para un equipo de fútbol que sentirse extraño en un campo de fútbol. Y eso era el Athletic hasta que Ander Herrera decidió resolver la crisis y tomar el campo como +propio, urbanizando su fútbol sin afan especulativo sino asumiendo incluso la resolución de la obra. Y llegó el capataz, Aduriz, y le dedicó una firma sutil a un pase ejemplar de Ander Herrera. El genio no es solo una actitud testicular sino el fruto también de la inteligencia  Y algo pasó en el descanso en los dos vestuarios que el Betis se dedicó a especular con su penalti, como si de una subvención se tratara, y el Athletic decidió pagar la hipoteca  de aquel antiguo error. Fue la segunda parte un ejercicio de soberbia rojiblanca frente al agotaniento bético, fue un acoso en el que prevalecía el miedo al desahucio rojiblanco por encima del acomodo del Betis en su adosado europeo. Herrera se merendó al centro del campo del Betis e hizo grande a Adrián, el portero verdiblanco surgido de la cantera, que aumenta la nómina de buenos porteros de la Liga española.

Debió ganar el Athletic, pero no supo. No pudo. El Betis resistió como resiste la prima de riesgo para no bajar un punto y que se desplome su mercado. Ya Campbell no era Campbell, ya Beñat no era Beñat.. El Betis era Adrián, el portero, el guardés de las pertenencias del Betis que se mantiene en puestos de Champions. Llorente lo vio desde la banda, calentando para la ducha y pensando en Turín, que es lo que le queda, visto lo visto. Hay misterios del fútbol que no se desentrañarán nunca por más vueltas que le demos a la noria. El fútbol tiene vida propia. Nadie se explicará por qué el Betis se echó a temblar despues de haber reído y por qué el Athletic comenzó a reír despues de haber temblado. Futbolísticamente, mejor no saberlo. ¿O será el granuja del duende?

sábado, 19 de enero de 2013

Anoeta: El vals del segundo

La primera vez que el argentino Marcos Mundstock, el locutor de Les Luthiers, redactor publicitario y músico, recitó la narración que precede a "El vals del segundo", fue un suceso que apareció en las páginas culturales de los periódicos y no en la de los atropellos clásicos o lo tirones de rigor. Mundstock, con su brillante calva, su porte diplomático y su voz propia de un doblador de Morgan Freeman, recitaba una perorata magnífica y larga, de varios minutos, sobre las bondades de la obra de su musa, Johan Sebastian Mastropiero. Tras su interminable e inteligente monólogo, Marcos Munstock daba a paso al "Vals del segundo", que duraba eso, un segundo. Dos acordes. "Se trata del levare languente, que establece un atmósfera de bacanal. Las cuerdas cantan, ebrias de gozo, mientras los oboes se superponen a las flautas", decía Mundstock antes de dar paso a la orquesta del Centro de Altos Estudios Musicales "Manuela". Pues eso es el Barça, y, a su manera, eso fue la Real, y en definitiva, eso fue el partido entre blanquiazules y psicodélicos. Y ganaron los colores básicos, haciendo honor a Les Luthiers y a Johan Sebastian Mastropiero, en el último segundo, en el último vals, cuando el oboe grave de Agirretxe se impuso a la flauta mágica de Messi.

Messi marca ante la Real Sociedad
El Barça suele ser, por costumbre, la traducción futbolística del vals del segundo. Y así empezó, con su perorata habitual, adueñándose del balón, poniendo su nombre en cada parcela del campo, obligando a la Real a correr para nada, tocando todos los instrumentos, como Les Luthiers, los clásicos y los que inventan Messi o Iniesta, con la Real actuando como rateros perseguidos por la policía, es decir huyendo, es decir buscando callejones, defendiendo con más de medio equipo y, sin embargo, dejando las avenidas para que circulasen a placer Messi, Pedro, Dani Alves. El Barça acostumbra a interpretar el vals del segundo de memoria, a pesar de la penumbra de Anoeta cuando se fundieron unos cuantos focos. Habla y habla y habla hasta que,de pronto, Messi suelta un verso que acaba en la red. Al primero que tuvo le faltó acentuación y se le fue fuera como si se le hubiera torcido un dedo antes de fulminar a Bravo. El segundo, lo enganchó con un cuchillo jamonero. Y hubo dos postes en la portería de Bravo. Y otro gol de Pedro, en una partitura habitual del Barça, con Diego Alves de asistente. Era eso, el vals del segundo, del momento de inspiración que ejerce de epílogo a la conferencia habitual del Barça.

Cualquiera, en ese caso, cuando la Real defiende con todos y ataca con nadie, cuando la defensa persigue sombras (nunca mejor dicho en la penumbra de Anoeta), cualquiera se hubiera conformado con una herida inciso-contusa en una zona no vital y que la ciclogénesis explosiva tuviera más que ver con la borrasca que con un tal Messi o un tal Pedro, que son como lobos en el bosque de Caperucita. Pero la Real fue otra cosa. El gol del Chory Castro (vaya apodo para los tiempos que corren en España) fue una transfusión de autoestima al borde del descanso, sobre todo porque el Barça había decidido echarse en el diván, abandonado por Xavi (impreciso), Busquets (desorientado) y Piqué (extraviado). No hay duda: a la Real le pone el Barça, le gusta su vals. Y todo lo que fue desconexión entre las líneas, abandono de Carlos Vela, su magnate, y generosidad defensiva, se devolvió en la segunda mitad en un ejercicio de autoestima que puso al Barça a picar piedra, que condenó a Messi al anonimato, que hundió a Xavi, que reclinó a Iniesta y que sumió a Busquets en la típca depresión del mediocampista.

La Real se comió al Barça. Y se relamió cuando Undiano expulsó a Piqué por doble amonestación con la mirada extraviada de los árbitros españoles. La primera tarjeta fue una exageración arbitral, la segunda fue justa. Conclusión: cadena perpetua. Y no estaba Gallardón para indultarle. Ahí la Real creció como un rascacielos imponente y el Barça fue un gigante en miniatura. Tan pequeño que hasta cultivó la mala suerte en el segundo gol cuando Mascherano desvió un disparo del Chory (¡Tío, cambiante el apodo, te lo suplico!) que confundió a Valdés.

Pedro en un disparo que se fue al poste
Y ya todo fue Real Sociedad. El Barça construía pequeños puzzles que siempre se caían al borde del área, mientras la Real excavaba y excavaba en la finca barcelonista, generalmente empezando por un lado y acabando por el otro, como mandan los cánones,  como hacen Les Luthiers, que nunca sabes por donde van a salir o por donde van a entrar. Y en pleno recital, llegó el gol de Agirretxe, en el último segundo, mediante un pase con la izquierda de Carlos Martínez y un suelazo oportuno para batir a Valdés. Y el Barça que vuelve a la tierra y la Real que navega por las nubes: el primer equipo que bate al imbatible. David que le atiza otra vez a Goliat, por autoestima, por fe, en el ojo, en la frente y en la mandibula. Tres veces. Tres segundos. Tres valses, alguno desafinado, pero tampoco Johan Sebastian Mastropiero era un prodigio.

No es fácil ganar al Barça. Ni cuando Messi comete una errata. Ni cuando da dos tiros en el poste. Mucho menos cuando se pone dos goles por delante. Ni, incluso, cuando se queda con diez. Ni cuando se hace un autogol. Nunca es fácil llevarle la contraria al dios de la tierra. Y la Real lo hizo en el día de San Sebastián. Fue el vals del último segundo. Todo un golpe de Estado en el cielo.


jueves, 17 de enero de 2013

De Jupp a Pep

En España, decir Alemania, futbolísticamente, es decir tropa fortachona, gastadores, guerreros casi míticos que te perseguían hasta el límite del vestuario, finalistas impenitentes del campeonato del mundo (siete veces con tres titulos conseguidos). Decir Alemania es decir Lineker, un inglés, con aquello de que "en el fútbol juegan 11 contra 11..." y ya se sabe. En España, Alemania siempre ha estado mal vista, quizás porque eran muy altos, muy fuertes, muy rubios, aunque en las grandes selecciones alemanas jugaran pocos rubios. Y muy ricos allápor los sesenta y los setenta.. Y porque cuando se hablababa de la furia roja, como unico argumento, venían los nibelungos y con tres mandobles te derribaban. En España se olvidó pronto que en Alemania jugaron un tal Uwe Seeler, o Beckenbauer, a Hoennes, o Rumennige, o Heynckes, o Breitner, u Overath, o Müller (solo recordado por haber sido batido por Messi), o Hrubesch (en adrid seguro que se acuerdan) o Kahn, un portero tan serio como mal encarado, pero bueno, o Brehme, o Briegel, o Netzer, o Schuster....

Alemania era lo que España no era: orden, sudor, fe ciega, fe visual, autoestima. Nada de lamentos, arte y cemento en proporciones no incompatibles. Quien no tenía arte no jugaba, el que tenía aluminosis, tampoco. En España se vendían coches alemanes por ser alemanes, se repatriaban inmigrantes, se fichaban alemanes para el fútbol para que contagiasen a los toreros de muleta y estoque de madera, pero Alemania tenía en España el mismo credito futbolistico que cinematográfico: "peli" alemana, "peli" pesada; fútbol alemán, fútbol pesado. Pero siempre ganaba Alemania...

Guardiola, en un partido del Barça
Pep Guardiola va a otra Alemania, incluso distinta a la de Angela Merkel. El fútbol alemán ha apostado por el crecimiento sostenido: ha pensado que los ciudadanos (espectadores) son las claves del crecimiento, que la televisión no lo es todo,  que un estadio lleno es una apuesta de futuro y un estadio vacío es sálvese quien pueda, que los jeques son oro para hoy y hojalata para mañana. Austeros pero emprendedores (Javi Martínez aparte)

La Alemania de Pep, como la de Raúl, es la Alemania de Heynckes, aquel tipo canoso, con tez sonrosada, que apareció por Bilbao con el humilde empeño de cambiar la manera de jugar del Athletic, de imitar a Panizo, el futbolista que en los años 40-50 jugaba como los argentinos cuando los bilbainos jugaban como los ingleses. Pero lo hizo con la discipñlina alemana: las mesas se recogen tras la comidas, las sillas se dejan en su sitio tras las partidas de cartas, se habla de usted y se mira a los ojos cuando se habla. En Madrid dejó la séptima en 1998, pero al madridismo le parecía un tipo vano. Al madridismo parece que le molesta el éxito: que si Del Bosque estaba gordo, que si  Beenkakker dejó sentado a Butragueño el día que eliminó al PSV, campeón de Europa, que si Pellegrini no tenía "feeling". Heynckes era un alemán en Madrid y ya se sabe que los alemanes son tipos raros: Netzer, Breitner (el maoísta), Schuster... más raros que Fassbinder.

Pero en la Alemania de Pep, hay 13 equipos que han ganado la Bundesliga (sin contar la RDA), aunque el Bayern sea el dominador de la competición (con 22 titulos). Hay un mariscal, pero muchos generales con ganas de dar un golpe de Estado. Hay quien acusa a Pep de haber aceptado la oferta más confortable , la menos areriesgada, sin saber que todo lo que haga Pep tendrá un riesgo. El de su pasado glorioso en el Barça, por el que se le va a medir, por el que se le va a valorar. España cuando se quitó el complejo alemán lo hizo con euros. Y decidió que era la mejor Liga del mundo, solo amenazada por la Premier y el Calcio. Lo medía en dinero. En España casi todo, para bien o para mal, se mide en dinero. Y por dinero se autoerigió en la mejor aunque los tintes escoceses del campeonato se adivinaran bajo la falda del Madrtid y el Barça y bajo la gorra de las televisiones.

Heynckes en su época en Tenerife
Pep quería lo más parecido a un club, donde convivirá con egos altivos pero ineligentes como Franz Beckenbauer, Uli Hoeness, Karl-Heinz Rummenigge, tipos duros y finos a la vez, pero tipos que creen en el futuro, tipos con toda la mar detrás, llenos de títulos pero que ahora ofician en los despachos, que quieren devolver al Bayern al trono de Europa, insolentes por lo que fueron y humildes por lo que son, con la pausa alemana y la creencia de que la ingeniería española en el fútbol también funciona. A Pep le atrae el Bayern, pero le atrae Alemania, un mundo desconocido para los españoles tras el regreso de los emigrantes a partir de los setenta. Para Pep,el fútbol es muy importante, pero no es lo único importante. Sabe que detrás del fútbol, o mejor dicho delante, siempre hay un país, una cultura, un idioma singulares aunque en el fútbol siempre valga una mirada. Las mismas razones que trajeron a España a Jupp Heynckes. Al final, en el Bayern, de Jupp a Pep no hay más que un paso.


martes, 15 de enero de 2013

Armstrong o el engaño del sudor

Probablemente, no hay nada más altivo que un acusado ante el juez de primera instancia. Y en eso Lance Armstrong tampoco quiso ser un segundón. Todo un americano, un superviviente del cáncer, un caso de superación personal, un ejemplo (con lo que cunden los ejemplos en EE UU) de fuerza de voluntad llevado al extremo máximo del ciclismo no podía sucumbir a la presión "interesada" y vana de cualquier leguleyo o tribunal sin galones. Lance Armstrong era el rey del ciclismo, aparentemente el hombre sin límites, el americano imposible (no confundir con impasible, no es una errata), el ángel fieramente humano que se comportaba, en ocasiones, como el demonio fieramente inhumano.

Llevado al extremo de la santidad, Armstrong midió mál sus fuerzas y los tiempos. Midió bien el tiempo de la EPO, como tantos otros, cuando no era detectable y los controles permitían un 50% de hematocrito como barrera de lo imposible. Ahi se agarró cuando ganó su primer Tour y luego fue creciendo  en el control de probabilidades al amparo de su servicio médico con una gallardía rayana con el orgullo del superhéroe que se mueve con criptonita sin malvado a su alrededor que le aceche.


Lance Armstrong
 Crecieron las sospechas, pero el ciclismo es un mar de sospechas, a veces calmo, a veces pleno de oleaje. Y ahí el americano imposible se movía con la gracilidad de un pingüino bajo el agua. El Tour le había puesto la diana, la UCI estaba de vacaciones, pero la USADA tiene códigos de conducta que difieren del culto a la diplomacia de los organismos de raigambre europea. Armstrong, el percherón, el hombre sin muecas, el que golpeaba los pedales como quien empujna una estaca contra el suelo, el que batió a Indurain volcando las barras y estrellas sobre el sentimiento patrio, se llenó de éxito. Invencible, intocable, avisado  de sus riesgos, protegido, cambió el pudor del éxito por el hedor del poder. Y el ciclista diferente, entendido en EE UU casi como un veterano de Vietnam, de Irán o de Afganistán, decidió tirarse al cuello de los tramposos como un cruzado se lanzaba contra los moriscos. Armstrong clamó contra todos los acusados de dopaje, contra todos los culpables de dopaje. De pronto el ciclista que tenía muestras de sangre congeladas desde su primer Tour se convirtió en el cruzado mágico, en el insolente ganador que empuja al que hinca la rodilla para que  ruede por el suelo.

La insolencia fue su primer error. La egolatría, el segundo. En el ciclismo, más revuelto que las aguas que corrían bajo el puente al que cantaron Simon y Garfunkel, la discreción suele ser un buena consejera. Pero el americano imposible necesitaba soportar su fundación más allá del instinto de superación, queriendo convertirse en el Elliot Ness perseguía a los mafiosos Armstrong, el insolente, criticó, lapidó y amenazó a los dopados y a los habladores que ponìan en cuestión su rectitud deportiva mientras el oleaje le alcanzaba a la barbilla. No hacía pie, pero pataleaba  por instinto de supervivencia. Como los bebés. Como nadan los perros.

Su último error fue volver creyendo que su regreso aquilataría su imagen de superhombre, que Contador se rendiría como un pringao, que el ciclismo se pondría a sus pies, sin darse cuenta de que el ciclismo había cambiado, que sus estrategias ya no funcionaban, que la lucha antidopaje estaba en su punto álgido, que las componendas o el estravismo se iban corigiendo. Armstrong volvió con un yo tan grande que parecía un nosotros. Y se estampó contra la realidad. Perdió el apoyo de Nike a su Fundación, EE UU dudó, la Usada le puso el ojo encima, muy encima, porque Estados Unidos es capaz de mirar para otro lado en una invasión o una guerra pero no soporta la mentira, y el superhombre se vió convertido en uno mas. "Yo hacía lo que hacían los demás", dicen que le ha dicho a Ophra en la entrevista que se emite el jueves. Armstrong uno mas... El acusado, altivo ante el juez de primera instancia, agacha la cabeza embutido en su gabardina de pesiglás para confundirse con la masa. Se dopaba porque todos lo hacían, como el ladrón roba porque todos roban, porque el mentiroso miente porque todos mienten. Es el engaño del sudor medininal frente al espectáculo del sudor del músculo.

Ahora el dinero lavará la mentira. Los millones de dólares blanquerán los glóbulos rojos. Su nombre pasará a la historia universal de la infamia. Pero cuando pase por el Peyresourde, por el Tourmalet, por el Aspin, por Alpe D´Huez y grite su nombre no se lo devolverá el eco. Solo habrá silencio.

domingo, 13 de enero de 2013

Dos sílabas, dos goles en Anoeta

El fútbol se compone de sílabas. Fútbol, tiene dos. Gol, tiene una. Árbitro tres. Real, dos. Depor, dos. Hoy vencía el fútbol bisílabo. Sería por lo de "toco y me voy" de Cruyff, dos acciones, ambas inteligentes. Saque de esquina y cabezazo, regate y disparo. Pared y gol. Fiel a esa visión gramatical del fútbol, Anoeta  fue un tapiz húmedo para las acciones urgentes.  Comenzó un Depor de toque rápido, con sello de urgencia y, como la gramática impera, se exhibía Ri-ky (que no es rubio porque se parece  a Michel antes de despeinarse) incomodando a De la Bella y a los centrales realistas, siempre caido a la banda, simulando un suicidio que confiara a la defensa de la Real para que sus compañeros de tropa tuvieran más espacios. Bien es cierto que como tiene alma dedepredador a veces, muchas veces, quería cazar solo. Ri-ki, dos silabas, un par de toques y un centro o un disparo. Y Pizzi, Pi-zzi, hurgaba en la herida de la gramática futbolística con movimientos inesperados, como un cazador más táctico, mentras la Real no encontraba a Ru-bén Par-do, escondido en la maleza, que sin vista al frente ni a sus espaldas daba vueltas por el jardín como un jardinero rutinario. La Real de Montanier no es un equipo que acceda al bosque del fútbol con hambre acumulada. Se toma su tiempo. Se lo piensa. Se enreda en las lianas del contrario y se lleva algún casatañazo hasta que descubre el horizonte.

Una jugada del partido.
El trompazo se lo dió Pi-zzi con una vaselina (aunque no sé por que a esa jugada se le llama vaselina) tras un pase de Bergantiños, un muchachote con poderío alemán y tranco fácil, que aprovechó un error infantil de Illarramendi, otro tipo duro, que quiso estilizarse en el momento y el lugar más inapropiados. Sí, el gol fue bisílabo, pero para entonces ya el partido tenía más recorrido, se había abierto a apellidos más largos, más portentosos, para bien y para mal, y a medida que se alargaba el campo, el Deportivo parecía más eficaz, refrescado por la lluvia intensa de Donostia que le enfriaba el sudor. Al primer error de una Real, bastante improvisada en defensa (con Elustondo de central), se le tiró al cuello en una acción que nació de la fuerza de Bergantiños (manga corta y trote a lo Periko Alonso) y acabó con el tacto sutil de Pi-zzi para elevar el balón por encima de Bra-vo.

La Real ni se había despertado, porque sus ingenieros estaban tomando café. Xa-bi Prie-to y Ru-bén Par-do estaban congelados, crionizados, condenando a Agirretxe a una guerrilla sin futuro, aunque el delantero tuvo  la oportunidad en su frente cuando envió al larguero un segundo remate que anunciaba gol. Griezmann zascandileaba por todo el campo pero solía enredarse en la tela de araña del Depor que cuando se rompía encontraba el oficio de Marchena para encontrar una vía de servicio.

Pero el talento es incontrolable. Está ahí y renace cuando quiere. Ni siquiera reclama un trenzado en la jugada para asomarse a la ventana. Vela, Car-los Ve-la, convirtió el manual del fútbol en un acto solemne.  Recogió de frente, recortó hacia su pierna izquierda, se acomodó y disparó contra el lateral de la red, pero por dentro. Se necesita, en esos casos, un portero de tres metros para evitar el gol. Y Aranzubia no mide tres metros, por más que estirase hasta la axila.

No era un partido estético, pero los goles, antes del descanso, eran un canto al hedonismo futbolístico y un buen presagio. El Depor, urgido por el farol rojo, no había venido a Anoeta a empatar, sino a escalar la primera de las montañas que le esperan. A ver la luz. Y en la segunda mitad convirtió el encuentro en un partido roto, de ida vuelta, de esos que apasionan a todo el mundo menos a los entrenadores, más tácticos que una comisión parlamentaria de investigación. En el Depor surgió la figura de Bru-no Ga-ma, eléctrico, rápido como una ardilla, y en la Real, la amenaza permanente de Griez-mann, del que nunca sabe el defensa lo que puede salir de sus botas.

Y todo fue entretenido hasta que el árbitro le sacó la segunda amarilla a Evaldo, una estúpidez jurídica como las que cometieron los jueces de línea en dos fueras de juego contra la Real que bien pudieran haber acabado en gol. Son humanos, se suele decir en estos casos. La inferioridad numérica mató el tráfico de ida y vuelta en la autopista verde de Anoeta y comenzó un monólogo realista con poca visión de futuro. A veces es más fácil defender con 10 que atacar con 11. Y la Real fue ese ejemplo. Le asustó Oliveira, fortachón pero cejijunto con el gol, y le asustó al Depor la última jugada del partido cuando a Die-go I-frán le faltaron tres milímetros para cabecear un centro desde la derecha a cuatro centímetros de la línea de gol.

Los partidos bisílabos suelen ser así: justos, recios, bravos, densos, parcos, tensos. A veces, cansos. A veces, bellos.

sábado, 12 de enero de 2013

Pamplona sin tí

El madridismo tiene motivos para sentarse a pensar. El osasunismo encuentra razones para volver a soñar. En el fondo, todo se explica por el viejo refrán que asegura que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita. El madridismo puede pensar que el Madrid sin Cristiano es como Venecia sin tí. Y se equivocaría. El museo de los horrores que exibió ayer el equipo de Mourinho en Pamplona tiene más que ver con las carencias futbolísticas del equipo que con la ausencia del gondolero. Y, lo que sería peor, que el equipo quizás piensa que la Liga es robar en casa ajena y que al final siempre es mejor el Euromillón que La Primitiva. Si así fuera, el madridismo y el Madrid irían contra la genética de un club  que ha exhibido los anillos con la misma humildad que se los ha quitado para ganar un partidio.

Osasuna le desnudó. Los rojillos son un equipo en tránsito estructural y hasta genético. Las circunstancias obligan. Al fútbol ya no se puede jugar como en la época de los adorables Bosmediano o Iriguibel (¡ojo allí también jugaron tipos como Zabalza, Goikoetxea o Ziganda). Y en eso está. Ahora afila el estilo más que los dientes y enseguida se dio cuenta de que el Madrid pasaba por allí en su viaje a casi ninguna parte. Tocó la pelota un poquito el equipo de Mou y a los pocos minutos se fue no se sabe a dónde, incapaz de frenar a Osasuna, incapaz de intimidarle, de conectar, confiado a las pillerías de Callejón o a la suerte de los dioses (mas bien lo segundo) sin darse cuenta de que era Pamplona sin tí, de que no había una falta reparadora, un eslalon del chico triste o enfadado, un estrépito del gondolero que de pronto se pusiera a remar por los canales como si estuviera en la Oxford-Cambridge.

El partido era de Cejudo y de Callejón. Es decir, era un partido de meritorios, lo cual es siempre un problema para un equipo como el Madrid que se supone que vive en la quinta avenida, en Manhattan o en Singapur. De pronto, los chicos de la barriada irrumpieron enn la urbanización y desmontaron el tinglado. No era un partido excelso. Sí para Osasuna que dio más de lo que hasta ahora tenía, con la intensidad que se le supone y con la falta de un matador que subrayara sus buenos principios.

En la cueva del banquillo, lejos de los chalets soleados, Mourinho ni se movía, ni hablaba, ni protestaba. Quizás mascullaba la rueda de prensa. O si dejársela a Karanka, con indicaciones previas. Nada funcionaba en el Madrid, porque en el Madrid hace tiempo que no se habla de fútbol, que el fútbol no palpita, que la pasión se ha concentrado en el minipiso del banquillo olvidando la amplitud del jardín por donde ayer deambulaban los futbolistas.

El madridismo debe reflexionar. Y pensar por qué juega Coentrao, salvo para hacer buenos a sus oponentes (un buen chico); y por qué Di María parece una jaculatoria más que un futbolista; y por qué Kaká, un atleta de Dios, está tan descorazonado, que primero da un codazo y luego se comporta como un cadete en una falta lo que le manda al vestuario cuando había salido para ser el salvador. Y por qué Modric juega con la  misma cara de susto con la que sale al campo; y por qué Khedira con Alemania se sale y con el Madrid no entra. Y por qué, sobre todo, un equipo todopoderoso es incapaz de disparar mas que una vez a puerta en todo el partido.

Osasuna fue encomiable. No está para fuegos artificiales pero ayer se inventó una traca entretenida a la que le faltó la pólvora del delantero centro.Kike Sola es móvil, pero le falta gol. Nino tiene días. Le falta gol y eso le impidió ganar a un equipo que ha preferido el ruido a las nueces y cuya mayor condena sería seguir sin hablar de fútbol, romper su ADN, preferir la tormenta a la calma, pensar que su entrenador es el que gana los partidos y que la Liga está perdida. Eso es vivir donde habita el olvido.