sábado, 16 de febrero de 2013

El futbolista insignificante

Se tiende a pensar que el futbolista insignificante en un equipo es aquel que no sale en las fotos, el que hace el trabajo sucio y el limpio, pero a fin de cuentas,trabajo, solo trabajo, el que se lleva las tarjetas de los demás, el que hace el penalti que nadie quiere hacer, el que pone la frente en la frente del rival, el que se queja al juez de línea para abrasarle, el que le advierte a la figurita rival de sus malas intenciones, el que pide al público un aplauso cuando el equipo pierde, el que reclama los aplausos del equipo al público que se ha hecho una calcetinada de kilómetros para verles perder. Ese es el futbolista insignificante, al que el público recrimina, quizás por su falta de talento, por su defecto de técnica, por su mala relación con el gol, por su exceso de tarjetas, -generalmente ajenas-, por sus lesiones, por sus extraños golpeos del balón, por su afán de romperse la nariz en cada balón aéreo.

Pero, ahora, el tiempo, el fútbol, ha cambiado. El futbolista insignificante puede ser el futbolista acreditado, el catedrático del gol, el doctor con cientos de publicaciones, el médico con masters de verdad, el tipo que te salvó la vida diez, cien veces, y al que ni le miras a los ojos cuando te lo cruzas por el césped. A Hugo Cholo Sotil, un goleador peruano, Neeskens le mando a la grada (cuando solo podìan jugar dos extranjeros en la Liga española) en el Barcelona, mentras el resto de equipos se morían por tenerlo en las filas de su ejercito.

Ayer, en La Rosaleda, donde con ese césped difícilmente puede crecer una rosa, ni siquiera la de Alejandría (jeque aparte), el Athletic pasó de Aduriz, primero, y de Llorente, después, empeñado Susaeta en combinar unicamente con  Iraola , e Ibai Gómez en buscarse la pierna derecha para lanzar un misil, un cohete o un perdigón. Debe ser desesperante para un delantero centro nato sentirse tan insignificante como un jilguero en la madre de todas las batallas o tan olvidado como Sotil en la grada del Camp Nou.

Aduriz solo apareció en Málaga como un errata en el argumento de un gol cantado que exigió lo mejor de un gran Caballero. Llorente, después se significó por un gol anulado (con ojo de halcón) en el único balón que tocó. Nadie supo que ellos andaban por allí, cada cual ensimismado en sus órdenes estrictas, cada cual sujeto a su Gibraltar particular. Si además Ander Herrera, el ingeniero, y DeMarcos, el dinamitero, se habían dormido en la garita, el Athletic más que un cuartel parecía una tropa de montaña luchando contra la nieve acumulada.

Bien que el Málaga es un equipo bastante bien armado (aunque nota la baja de Monreal, mal sustituido por Antunes), que se sabe la lección, que no se acelera, que tiene en Camacho el futbolista insignificante que le eleva la nota, que Isco se busca el sobresaliente, a veces con más parafernalia que eficiencia, que asusta con la bestia (aún mansa) de Baptista, y sobre todo que tiene enToulalan, ayer reservado para el final, la ejemplificación del futbolista insignificante lleno de significado. Messi cambia el significado del fútbol con sus botas y sus pies. Tipos como Toulalan lo cambian por su apropiación del espacio.

Es tiempo ya de que el Athletic se pregunte por qué pierde los partidos que no tiene que perder. Bien, el Málaga en conjunto fue mejor, pero el Athletic pudo empatar perfectamente, en un acto de justicia legal (no poética) y sin embargo lo perdió por méritos propios: por mala defensa, por la aceleración en  contar con Gurpegui, por los pecados de juventud de Laporte, por la ineficiencia de Aurtenetxe, por el descontrol de De Marcos, por la imprecisión de Herrera, por la indefinición de Aduriz (en la única que tuvo), por el egosimo de Ibai Gómez, ajeno al juego, por el desconcierto de Iturraspe. Aún así pudo y debió empatar. Un asunto para reflexionar. Más ante un Málaga armado, paciente, sin demasiadas estridencias, a veces rutinario, a veces imperioso, que obtuvo un gol de Saviola (¿quien si no?) como podía no haberlo obtenido, poque el Athletic cuando tiembla en defensa (a menudo) no mira al rival, sino al balón, como el hombre sencillo mira sólo el dedo que le enseña la luna.

Al menos le quedó un consuelo. Raúl fue un portero de garantías. Bien con el pie  y bien en el mano a mano, tranquilo como un portero de la selección de Laponia y sensato en todas sus acciones. Quizás el futbolista del Athletic que mejor pasó el balón al pie de sus compañeros. Pero conviene hacer un ceda el paso. Acaba de empezar. También Laporte nació como un rayo y ahora aparecen algunas tormentas. Llegará la calma. Es la hora de los futbolistas insignificantes, las columnas del templo.

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